Carta pastoral de Mons. José María Gil Tamayo: Un modelo e intercesor para todos

El obispo de Ávila dedica su última carta pastoral a la celebración del IV Centenario de la beatificación de San Pedro de Alcántara

Agencia SICAgencia SIC

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Con motivo del Año jubilar por el IV Centenario de la beatificación de San Pedro de Alcántara

Con el testimonio admirable de tus santos, fecundas, Señor, a tu Iglesia con vitalidad siempre nueva y nos das pruebas evidentes de tu amor. A la vez, su valioso ejemplo nos anima y su bondadosa intercesión nos ayuda para hacer efectiva nuestra salvación». Así reza, queridos hermanos, el Prefacio II de los Santos en el Misal Romano y expresa perfectamente lo que quisiera transmitiros en esta carta con motivo del Año Jubilar que se celebra en la querida ciudad de Arenas de San Pedro desde el día 19 de octubre hasta la misma fecha de 2022, con motivo del IV Centenario de la Beatificación de su patrono San Pedro de Alcántara.

Ciertamente no deja de sorprender la repercusión que, casi cuatrocientos sesenta años después de su muerte y a cuatro siglos de su beatificación, sigue teniendo la endeble y amable figura de este gran santo extremeño, al que tanto admiraba y quería nuestra santa Teresa de Jesús y decía de él que, en contraste con su gran austeridad y penitencia, «este santo de nuestro tiempo era...estaba grueso el espíritu, y así tenía el mundo debajo de los pies» (Vida, 27, 16-20). Así era este fraile franciscano, que tanto quiere y admira Arenas hasta el punto de añadir para siempre su nombre a sus señas de identidad.

Fray Pedro no pretendió en su vida otra cosa que ser cada día más pobre, más sencillo y más austero, respondiendo así a una llamada particular recibida de Dios; acogiendo la gracia del Espíritu Santo para imitar más perfectamente a Cristo, quien no tenía ni dónde reclinar la cabeza (cf. Mt 8, 20), y siguiendo fielmente los pasos marcados por san Francisco, el poverello de Asís.

En una sociedad como la suya, afectada por continuos conflictos bélicos, no consta que pasara siquiera por su cabeza la posibilidad de un destino militar, a pesar del linaje nobiliario de su familia, ni buscar aventura y fortuna en el Nuevo Mundo como muchos de sus paisanos. Queda así de manifiesto, una vez más, la lección que insistentemente enseña la Historia: quienes marcan la dignidad humana de forma tan señera que trasciende su propia época, convirtiéndose en faro y guía para incontables generaciones venideras, no son aquellos que este mundo reconoce como "principales", "poderosos" o "notables"; sino quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen con humilde corazón (cf. Mt 12, 50). Los santos son los grandes benefactores de la Humanidad y por eso nuestros mayores, y nosotros celebramos agradecidos su memoria.

Recuperar el valor de la oración y de la vida espiritual

El origen y la condición de posibilidad de la admirable forma de vida de san Pedro de Alcántara es su vida de oración. Sus muchas penitencias corporales en el sueño, en la alimentación y en otras muchas dimensiones no son el resultado de un esfuerzo meramente humano para superar los límites ordinarios de nuestra condición creada; sino, lo que antes hemos indicado, la obediencia a una invitación concreta de Dios, posibilitada por la apertura espiritual y la docilidad de su corazón franciscano y ejercida merced a un don específico del Espíritu Santo, que le concedió ser transparencia viva de Cristo, «quien siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Esto queda claramente de manifiesto en la definición que él mismo da de la oración, a la que llama «una refección espiritual, un refresco y rocío del cielo, un soplo y aliento del Espíritu Santo y un afecto sobrenatural; el cual de tal manera regla, esfuerza y transforma el corazón del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento para las sensuales» (Tratado de la oración y meditación, I, c.1º).

No estamos, por tanto, ante un hombre infatigable; sino ante alguien que pone a Dios por encima de todo y que ha sabido encontrar su verdadero reposo en la oración, descansando en Dios (cf. Sal 131, 2). Su semblante austero está exento de amargura, porque se ve regado por la dulzura del Espíritu. Sus opciones vitales - tanto su ascesis personal cuanto su misión eclesial como reformador - están sostenidas por el mismo Señor que se las ha confiado como misión. ¡Qué gran lección para nosotros que vivimos en un mundo tan secularizado como es el nuestro y en la llamada "sociedad del bienestar", en la que tanto se olvidan los valores espirituales y hasta a Dios mismo!

Es necesario que descubramos el valor y la práctica de la oración en nuestra vida personal y familiar. Sería un fruto excelente de este Año Jubilar. Fomentemos en nuestras parroquias y comunidades cristianas escuelas de oración. Ayudemos a que se practique la oración en las familias y que en nuestros templos se recite algunas de las partes de la Liturgia de las Horas con los seglares. Enseñemos a nuestros niños y jóvenes a rezar con las sencillas oraciones que de pequeños aprendimos de labios de nuestros mayores y nunca hemos olvidado. Visitemos y mantengamos asiduo trato con nuestros catorce monasterios femeninos de clausura, verdaderas escuelas de oración e intercesión, y pidamos por las vocaciones contemplativas.

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