Maestros de la fe y la razón

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Todo empezó cuando Lutero y otros reformadores del siglo XVI asentaron como principios esenciales aquello de solamente la fe y solamente la Escritura. La fe y la razón empezaron a disociarse e ir a cada una por su lado. De ahí surgirían el fideísmo y el racionalismo, toda una mala noticia no solo para el cristiano sino para el hombre en general, al menos el provisto de sentido común. Fue una separación brutal, que no dio autonomía ni una ni otra. Antes bien, se trató de una ruptura que solo podía desembocar en una progresiva pérdida de la fe y de la razón. El fideísmo y el racionalismo parecieron alargar artificialmente dos vidas separadas, pero a partir del siglo XIX, con Nietzsche y su filosofía de la sospecha, y hasta nuestros días, la sociedad occidental se ha ido deslizando hacia el emotivismo y el irracionalismo, dos de los rasgos de la posmodernidad. La consecuencia es que fideístas y racionalistas se han convertido en atribuladas minorías a las que pocos hacen caso. Son náufragos que piden socorro, pero al mismo tiempo exhiben el orgullo, un tanto forzado, de que solo ellos están en lo cierto.

Pese a todo, en los dos últimos siglos han aparecido intelectuales, en particular en el mundo anglosajón, que han abogado por la complementariedad, y no por la oposición, entre la fe y la razón. Algunos de ellos son los protagonistas de un interesante libro, Cinco defensores de la fe y la razón (ed. Rialp), escrito por el periodista canadiense Richard Bastien. No son exactamente biografías sino introducciones a su pensamiento, que suponen una invitación a leer y profundizar en sus obras. Me ha llamado la atención que el autor no siga un orden cronológico y trate a estos autores en el siguiente orden: Alasdair MacIntyre, Clive Staples Lewis, Gilbert Keith Chesterton, Peter Kreeft y John Henry Newman. El cardenal Newman cierra un libro en el que quizás había debido de estar al principio, pero en mi opinión, Newman es el culmen de los conversos anglosajones, influyente en su época y en la trayectoria de estos y otros autores que abrazaron la religión católica, salvo en el caso de Lewis, adepto a un anglicanismo muy próximo al catolicismo. Por lo demás, Newman es a la vez el primero y el último en el rango de los intelectuales influyentes. Este gran apóstol de la libertad de las conciencias intuyó el tiempo que iba a llegar aquel en que las apelaciones a la conciencia solo serían un pretexto para hacer lo que al individuo le viniera en gana. Un tiempo para toda clase de ismos: individualismo, relativismo, emotivismo, nihilismo...

Dichos ismos, y otros similares, son la negación de las virtudes aristotélicas de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, de las que habla el filósofo escocés Alasdair MacIntyre, pues el pensamiento dominante es que son contrarias a la libertad, la espontaneidad y todo lo auténtico que hay en el ser humano. Si dichas virtudes se basan en el dominio de uno mismo, o al menos en los intentos por alcanzarlo, no pueden tener carta de naturaleza en nuestra sociedad actual. Es comprensible que sea así cuando se da rienda suelta al subjetivismo y al sentimentalismo. De esto se dio perfecta cuenta Lewis cuando llegó a la conclusión de que estos planteamientos solo podían desembocar en el dogma de que el hombre no tiene naturaleza, por lo que no es extraño que titulara una de sus obras como La abolición del hombre. Por otra parte, todo esto también guarda relación con la negación del libre albedrío, aspecto resaltado por Peter Kreeft, un filósofo procedente del calvinismo. Desde el momento en que se afirma que la salvación solo es por la fe y no interviene el hombre, la razón es abandonada a su suerte

Es frecuente que algunos digan que el cristianismo es algo irracional, pero otro de los autores mencionados en este libro, Chesterton, salió al paso de la acusación en uno de sus relatos sobre el padre Brown, al afirmar que la Iglesia es la única en la tierra que reconoce que la razón es suprema, algo similar a lo que dirían papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI muchos años después. El escritor piensa que la fe y la razón van juntas. Es una cuestión de sentido común. Lo que pasa es que el sentido común también desaparece, afirma Chesterton, cuando desaparecen la fe y la razón. Podríamos añadir, por nuestra cuenta, que al separarse, emprenden el camino hacia su progresivo debilitamiento y extinción.

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