Papa Francisco: "Atención a nuestro corazón, allí nacen los deseos malvados"

El Santo Padre ha explicado que ese es el matiz que hace diferente al noveno mandamiento del resto.

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Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Allí comienza a ‘moverse’ el corazón, y uno entra en esa dinámica y termina en una transgresión. Esa transgresión a la que se ha referido el Papa Francisco en la audiencia general no es una transgresión cualquiera: "es una trasgresión que hiere a sí mismo y hiere a los demás". En esta ocasión, la catquesis del Santo Padre ha versado sobre el noveno mandamiento: "No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo".

Uno de los aspectos en los que se ha fijado el Papa y sobre el que nos ha llamado la atención es que hay un matiz especial en este mandato. No se trata de un simple "cumplir" el mandamiento. La clave reside, según el Romano Pontífice, en el verbo empleado: “no codiciarás”. Esto quiere decir que este verbo refleja que es en el corazón del hombre nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres.

Necesitamos de Dios para corregirnos

El Papa ha explicado que todos los mandamientos tienen una tarea: indicar "el límite de la vida". Es decir, pasado ese límite el Papa ha señalado que "el hombre destruye a sí mismo y a los demás", y arruina su relación con Dios. Para reforzar el argumento, Francisco ha recurrido al Evangelio de san Marcos: "es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino... Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre" (Mc. 7,21-23). 

En este sentido, ha precisado que es en vano pensar que uno se puede corregir a uno mismo sin el don del Espíritu Santo. Por ello, Francisco ha explicado que hay que abrirse a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad. La razón: "Él es el único capaz de renovar nuestro corazón", ha dicho.

Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que nuestra debilidad se supera sólo con nuestras fuerzas, en virtud de una observancia externa. Debemos suplicar, como mendigos, la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza, para poder aceptar que sólo el Espíritu Santo puede corregirnos, dando a nuestros esfuerzos el fruto deseado. Esa verdad es apertura auténtica y personal a la misericordia de Dios que nos transforma y renueva”, ha asegurado. 

Para finalizar la catequesis ha recordado una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu; aquellos que, no fiándose de sus propias fuerzas, se abandonan en Dios, que con su misericordia cura sus faltas y les da una vida nueva”. También ha pedido que recemos a la Virgen en el día de su Presentación

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