Emiliano Tapia, el cura que dirige un huerto de ocho hectáreas

Este sacerdote de Salamanca da trabajo en el campo a personas en riesgo de exclusión social y son capaces de servir 500 comidas diarias para las personas más necesitadas

Pascual Claramonte

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Hablar de este proyecto es hablar del sacerdote Emiliano Tapia. Nos situamos en el medio rural de Salamanca. Desde el año 1996 su vida ha estado muy ligada al campo con el objetivo de atender personalmente a personas sin recursos. La aventura arrancó con cerca de 4.500 m² en los que podían sembrar y ahora ya cuentan con alrededor de ocho hectáreas: “A nosotros todo este tema de la pandemia no nos ha pillado desnudos, nos ha pillado organizados”, nos comenta el clérigo. Están muy acostumbrados a un trabajo que ahora, en tiempos de crisis, permite servir casi 500 comidas al día en diferentes caterings de la provincia.

Muchas de las personas que reciben estos menús diarios son mayores. Les pueden costar 6,70 euros, pero “hay muchas a las que les puede salir hasta gratis”, nos dice Emiliano. Va en función de los diferentes convenios que tienen con las administraciones. Otra de las claves está en los productos: “Ahora mismo estoy en la huerta y te puedo hablar de judías, cebolla, guisantes, patatas, pimiento, tomates… de todos los productos fundamentales para una dieta mediterránea”, explica el cura.

La ambición no termina aquí. ¿Quiénes trabajan esas tierras? Personas en riesgo de exclusión social. El porqué de esta elección lo explica el pasado de Emiliano Tapia. Era párroco en el “Barrio de Buenos Aires” de la ciudad salmantina. Una zona pobre y golpeada por el narcotráfico. También ha estado cientos de veces en la cárcel de Topas para atender pastoralmente a los reclusos. Conoce bien esas realidades y por eso, a través de ese gran huerto solidario, busca darles una nueva oportunidad.

Un ejemplo es Guillermo, de origen dominicano. Vivía en Madrid: “Estaba tranquilamente trabajando, pero con unos compañeros me puse con el tráfico de drogas y caí preso”, nos confiesa. Aprendió la lección, cumplió su condena y no tenía a dónde ir: “Imaginate cuando uno sale de la cárcel, no tienes el apoyo de nadie y encontrar a este hombre fue una bendición de Dios”, reconoce. Es pronunciar el nombre de Emiliano o referirse a él y cambiarle la voz: “Sin esta oportunidad en el campo a saber dónde estaría yo”, admite.

No es el único. Directamente en el campo trabajan unas quince personas. Lorenzo es uno de ellos. Es español, vivía en Segovia, y perdió su trabajo y su vivienda. A ello se sumaba la dificultad de tener a uno de sus hijos enfermo: “Aquí se me abrió el cielo. Se me dio apoyo y ayuda para todo”. Entre las historias que nos encontramos nos llama la atención la de Alu. Es de Malí y llegó a España tras saltar la valla de Melilla. La vida le acabó llevando a Salamanca y ahora se ha convertido en un agricultor: “Trabajamos cada día, sembrando, plantando, recogiendo, haciendo semilleros… de todo”, nos explica.

Además, las ocho hectáreas de campo son terrenos que estaban prácticamente abandonadas y que les ceden para el proyecto. La idea de Emiliano tiene tres funciones: dar de comer, reinsertar a personas en la sociedad y también reactivar algo tan importante como es la agricultura.

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