La misteriosa concepción de Jesús, clave de su vida en la tierra

Con Juan detenido por Herodes Antipas, me quedo sin la principal fuente de información

Cafarnaún, de nuestro enviado especial, Manuel Cruz

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Mientras dejaba atrás Belén y regresaba a Galilea, me consumía una pregunta: Si María, según la Torá y demás escrituras que con tanto mimo conservaban los escribas y fariseos, no había conocido varón, ¿cómo pudo quedar encinta? Me imaginaba algún fenómeno portentoso, algo así como un rayo de luz bajado del Cielo que envolvería por completo a la doncella de Nazaret. Esta idea me rondó durante los días de viaje de regreso. Cuando llegué Cafarnaún, pude observar de cerca a María, ocupada con otras mujeres de atender las necesidades de Jesús y sus discípulos. En ella no había señal alguna de altanería que indicase la grandeza del secreto que guardaba en su corazón. ¿Se lo habría contado a alguna de las parientes que estaban a su lado?

Recordé entonces que, apenas quedó embarazada, María fue a visitar a su prima Isabel que vivía en Hebrón, bien lejos de Nazaret, al enterarse -¿quien le informó de ello?- que había concebido un niño, Juan, llamado el Bautista, cuando se encontraba en edad avanzada y después de una esterilidad que la consumía. Es decir, que Isabel, ya fallecida, podría haber sido su confidente y que el hijo que alumbró, pudo haber conocido también el secreto de Maria. De hecho, cuando Juan bautizaba en el Jordán y vio acercarse a Jesús, exclamó: "¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo...!", según contó su discípulo Andrés que, desde ese momento se unió a Jesús, como ya he tenido ocasión de contar en mi primera crónica, desde Caná.

Llevado por este pensamiento, decidí buscar a Juan que, según me informaron, había sido visto la última vez en Betania, donde le habían interrogado unos enviados del Sanedrin para saber si era él el Mesías esperado. Como ya era sabido, Juan se había dedicado a bautizar con agua a las gentes exhortándolas al arrepentimiento de sus pecados ante la cercanía del Reino de Dios, despertando el interés de las autoridades religiosas. Como los antiguos profetas, Juan también denunciaba públicamente el comportamiento pecaminoso de los personajes más destacados de Judea, entre ellos el rey Herodes Antipas, al que acusaba de vivir ilicitamente con su cuñada. Y ocurrió que mientras trataba de encontrarlo, el sátrapa ordenó que lo encerraran en la cárcel. De modo que ya no me era posible hablar con él para averiguar qué sabía de la concepción de Jesús.

Como no me atrevía a preguntarle directamente a María sobre algo tan íntimo como su embarazo, pensé que acaso el propio Jesús podía haber revelado algo de este misterio a sus discípulos, en alguna de las ocasiones en las que se retiraba con ellos a lugares tranquilos para enseñarles y explicarles las parábolas o metáforas que predicaba. Volví, pues, junto a los discípulos, dispuesto a preguntarle a Juan, el hermano de Santiago, con el que ya me había atrevido anteriormente a preguntarle qué les enseñaba Jesús en la intimidad. Bien sabía yo que los discípulos, a pesar de que les había dado poderes para curar enfermos y anunciar el Reino de Dios por los poblados vecinos de Galilea, no llegaban a entender del todo quién era Jesucristo aunque tenían una virtud: su plena confianza en lo que decía, es decir, su fe. Esa fe es lo que, inconscientemente, buscaba yo también, con la diferencia que exigía pruebas, pruebas irrefutables que le demostraran que Jesús era Hijo de Dios.

Pronto tuve la ocasión de hablar con el joven Juan al que le pregunte sin rodeos: "Os ha contado algo Jesús sobre su madre y cómo quedó embarazada?" Me contestó que no estaba autorizado para revelar ningún secreto, dándome a entender que algo sabía. "No temas, le dije, porque mis crónicas solo se publican muy lejos de aquí y nadie puede leerlas en todo el Imperio romano: escribo para unos lectores que pertenecen a mundo muy lejano y distinto al vuestro, y que nunca han prestado atención a lo que tengo la oportunidad de ver y oír lo que está pasando".

Efectivamente, el medio de comunicación que me ha trasladado a Palestina en un viaje hacia atrás en el tiempo, quiere saber con todo rigor y sin mediadores, lo que en un momento de la historia, cambió el mundo radicalmente, introduciendo la idea de la existencia de un Dios Creador del Universo y de su hijo, el Verbo, enviado a la tierra como Palabra suya para revelarse de nuevo, como hizo en la antigüedad. Quiero decir con esto que al estar en el tiempo presente, estos años cero la Palestina donde vive Jesús, no tengo memoria de lo que ya ha pasado. Por eso tengo que averiguar, con ayuda de las viejas Escrituras legadas por Moisés, quien es en realidad Jesús, cual es su misión en el mundo, cuáles son sus enseñanzas y cómo puede convencer de que la verdad está en él. De ahí mi empeño en averiguar su concepción, un dato que considero esencial para aceptarlo como Hijo de Dios y para dar testimonio de que cuanto veo y oigo no es fruto de la imaginación de un hombre por prodigioso que fuese.

Una cosa más tengo que añadir a esta reflexión personal: no entiendo cómo es posible que después de miles de años en los que Dios en persona hablaba con sus criaturas y renovaba la alianza establecida con Abraham, Noé y Moisés, el pueblo que escogió para revelarse no haya sido capaz de convencer a los paganos de su existencia. Bien es verdad que durante toda su historia, este pueblo se ha labrado un legado de rebeldía y desconfianza merecedora de los castigos recibidos, desde el Diluvio universal a sus cautiverios como esclavos de imperios vecinos, aunque el mismo Dios, en su misericordia, no lo ha dejado de la mano cuando se ha arrepentido.

A este pasado tendré que acudir en muchas ocasiones para explicarme el presente, teniendo en cuenta que, en definitiva, todo lo que se narra en las Escrituras hebraicas, está especialmente pensado para anunciar la venida definitiva de Dios a la tierra en la persona de su Hijo, palabra que escribo ya en mayúscula porque presiento que voy a conocer, al fin, cómo vino a María la Palabra de Dios. Cuento para ello con el joven Juan y con las propias Escrituras que también hablan de María desde el momento mismo en que se produjo la primera rebelión del hombre contra su Creador, en el mismo Jardín del Edén donde vivían Adán y Eva. Para ello tengo que volver otra vez al pasado, con la Torá en las manos, sin sospechar el asombroso relato que me espera.


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