Escucha 'Vía Crucis, Meditaciones en las estaciones de la Cruz': el podcast de COPE para vivir la Semana Santa

En este podcast original de COPE con guion de monseñor Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria, comprueba en las 14 estaciones la contemplación del rostro doliente del Señor

Tiempo de lectura: 9' Actualizado 07 abr 2023

Con el Vía Crucis recorremos espiritualmente el camino que hizo Jesús hasta el monte Calvario mientras cargaba la Cruz. Es una oportunidad para interiorizar en su sufrimiento. En este podcast original de COPE, con guion de monseñor Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria, el oyente comprueba en las 14 estaciones que el Vía Crucis es memoria pero también contemplación del rostro doliente del Señor.

Al rezarlo, recuerda con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado. Al escuchar las 14 estaciones, al recorrer estos misterios dolorosos, el oyente siente que el dolor es un gran misterio.

Con una mirada actual, este Vía Crucis en formato podcast ayuda a preparar el alma, días tras día, al encuentro con el Señor en la trágica y a la vez gloriosa Semana Santa.

Primera estación. Jesús es condenado a muerte



Jesús fue condenado por los hombres de su época. Igual hoy; seguimos condenando a muchos a muerte. Las vidas más inocentes, como fue la de Jesús, están sentenciadas. Las guerras y la violencia; la pobreza y la exclusión; el paro y la precariedad laboral; la marginación y la discriminación; el racismo, la trata de personas y la prostitución, los no nacidos y los más débiles en su ancianidad. Todas estas situaciones las juzgamos de muerte para quienes las atraviesan.

Jesús condenado a muerte acompaña desde dentro a todos los condenados hoy y desciende a los infiernos de la humanidad. Nadie podrá descender tanto. Nosotros, cuando experimentamos el abandono de Dios, nos refugiamos en otras realidades auténticas: familia, amigos, trabajo, descanso y servicio. Jesús, constitutivamente el Hijo, se rompe, experimentando el abandono del Padre. Como su vida se iluminó en el monte Tabor al experimentar la cercanía del Padre, aquí su vida se oscurece en la noche más profunda de la humanidad. Desde esa experiencia acompaña nuestras noches. En adelante nuestra soledad ya no será radical. Siempre estará Él.

Segunda Estación. Jesús carga con la Cruz



Jesús recoge nuestras preguntas. Las más generales: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede permitir esto? Y Dios ¿qué? Y las más concretas: ¿Por qué a mí? ¿Y esto en los más pobres? ¿Merece la pena vivir?

La respuesta de Dios al mal es su Hijo. Jesús de Nazareth ha asumido el mal. Lo ha cargado sobre Él, ha tocado las raíces del dolor humano y por eso acompaña desde dentro a toda la humanidad. Paul Claudel, el poeta francés, lo dice muy bien: "Jesús no ha venido a quitar o a explicar el dolor humano, sino a llenarlo de su dulce presencia".

Sería injusta la creación si Dios se hubiera librado de las consecuencias negativas de la misma. Pero no; Dios se ha hecho hombre. Ha asumido personalmente el mal del mundo. Dios no ha querido desentenderse de este mundo nuestro. Dios se ha zambullido de lleno en el mundo, en Jesús de Nazareth. En Él comparte nuestra suerte. En su Encarnación ha asumido esta humanidad nuestra en su forma más vulnerable y con todas sus consecuencias. Y en el dolor y en la muerte no se ha ahorrado, no ha dejado de amar y se ha dado hasta el extremo y libremente.

Tercera Estación. Jesús cae por primera vez



En un mundo herido tras la pandemia, asolado por la guerra de Ucrania y por los más de 30 conflictos armados que existen en el planeta, los crucificados de la tierra claman a Dios.

La cruz es compleja, no es simple. El papa Francisco en la Misa Crismal del 2021 dijo: “Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente… Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo... ¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos…? Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia".

Cuarta Estación. Jesús encuentra a María, su Santísima Madre



En medio de todo el ruido de este mundo, hay un rostro que siempre está ahí. María, la Madre del condenado, entre el barullo de soldados romanos y del pueblo alborotado, no aparta la vista de su Hijo. Cuántas madres hoy sufren con impotencia por sus hijos.

Al pie de la cruz, Ella será el signo más claro de que Jesús no es un maldito sino que sigue siendo el hijo muy amado. Se puede ser el hijo muy amado y estar clavado en la cruz. El hijo la necesitó al pie de la cruz. No cualquier manera de vivir el dolor vale. Podemos malearnos, envenenarnos, amargarnos y endurecernos en el dolor. Necesitamos a la Madre. Estuvo magnífica al pie de la cruz. Ni una palabra, pero subió al Calvario como madre de uno y bajo como madre de todos nosotros. Creció, se agigantó al pie de la cruz. La única creyente al pie de la cruz. Cuando Jesús entregó su Espíritu ¿quién lo recogió? Santa María. Hubo un momento en que todo el Espíritu de Jesús lo tuvo Santa María. Hubo un momento en que toda la Iglesia fue María y después en Pentecostés, con María, el Espíritu para toda la Iglesia. La Iglesia hoy prolonga la maternidad de María.

Quinta Estación. Simón de Cirene ayuda a llevar la Cruz de Jesús



Uno que pasaba por allí fue quien ayudó al Señor a cargar su cruz. La tomó de mala gana y forzado por los soldados romanos ante la debilidad de Cristo. El mundo necesita cirineos, personas que pasen al lado y que ayuden a los últimos, los más golpeados, a llevar su cruz. Como sostiene el Papa Francisco, santos de la puerta de al lado.

Decimos con San Bernardo: “Estoy clavado en la Cruz con Cristo, costado contra costado, mis manos contra sus manos, mis pies contra sus pies, los mismos clavos que le atravesaron atravesándome a mí, nuestras sangres mezcladas en una sola”. La vocación cristiana, voluntarios veinticuatro horas, en el sacerdocio, en la vida consagrada, en la familia y desde el bautismo, es la respuesta de la Iglesia al dolor de la humanidad.

Sexta Estación. La Verónica limpia el rostro de Jesús



A Verónica le ocurrió el golpe de fortuna de pasar por aquella calle aquel día. Verónica no aparece en los evangelios, pero es la personificación de la compasión cristiana. Rostros de mujeres maltratadas, víctimas muchas de ellas de la trata y de la prostitución. Migrantes que son explotadas y usadas como objetos. Hombres y mujeres sin derechos. Ancianos y enfermos cuyo rostro refleja el sufrimiento y la amargura. Niños en ambientes de violencia y faltos de amor. Esos rostros merecen ser limpiados. Merecen alivio. La compasión de muchas Verónicas haría un mundo más humano y más cercano al Reino de Dios.

Séptima Estación. Jesús cae por segunda vez



Vuelve a caer y vuelve a levantarse. Camino del Calvario Jesús va asumiendo las pasividades internas, lo que nos pasa por dentro: miedo, tristeza, angustia, hastío de la vida, ausencia de Dios, como en Getsemaní. Y también las pasividades externas, lo que nos hacen: envidia, injusticia, soledad, humillación, tortura, como en el juicio, en la flagelación o en la coronación de espinas.

Somos expertos en la acción: programar, calcular, realizar y evaluar. Pero la fecundidad y el crecimiento se juegan en la pasividad: asumir, aceptar, encajar, tragar y perdonar. Y casi nadie y ni en la Iglesia nos enseñan el arte de la pasividad que es el arte de amar. “Al contemplar la “pasión” contemplamos cómo el Señor “entró en paciencia”. Sus seguidores, nosotros, tú que estás escuchando este podcast ahora, hemos de aprender qué significa “entrar en paciencia”, qué implica esto, a fin de conocerlo y amarlo mejor, para mejor imitarlo”, dice el papa Francisco. Jesús vuelve a caer y pacientemente vuelve a levantarse. Más tarde, aquel centurión, “viéndole morir así, exclamó: Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. Hay maneras de vivir y de morir que convierten. Jesús no se ahorró, asumió los costes que suponía encarnarse en una humanidad pecadora, lo asumió voluntariamente y como signo del mayor amor.

Octava Estación. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén



En este mundo en el que vivimos hay quien no mira para otro lado ante el sufrimiento. Hay personas que sufren por ver a otros sufrir. Hoy son tantas y tantas las personas que a través de organismos caritativos de la Iglesia lloran, consuelan y actúan ante la injusticia.

Jesús, en el mar de dolor de su pasión, olvidado de sí, sigue consolando a su madre, al discípulo amado, a Pedro y a las mujeres de Jerusalén. Edith Stein, Sor Benedicta de la Cruz, no sabía cómo consolar a Anna Reinach en el funeral de Adolf, su marido también filósofo como ellas, caído en el frente de Flandes en la II Guerra Mundial. Fue la viuda, profundamente creyente, la que con su serenidad consoló a Edith. Más tarde, cuando ya era carmelita, Santa Benedicta de la Cruz, dijo acerca de esta experiencia: “Fue mi primer encuentro con la cruz y el poder divino y el poder divino que transmite a sus portadores. Por primera vez vi delante de mí, al alcance de mi mano, la Iglesia nacida de la pasión del Redentor en su victoria sobre la muerte. Fue el momento en que se derrumbó mi incredulidad y resplandeció Cristo en el misterio de la cruz”.

Novena Estación. Jesús cae por tercera vez



Elie Wiesel, escritor, premio Nobel de la paz superviviente de Auschwitz, cuenta que un día, regresando del trabajo al campo de Auschwitz, encontraron en el patio a tres compañeros encadenados que iban a ser colgados. Uno de ellos, era un niño. Nada más entrar, se les fue colocando, con toda la parafernalia al uso, para que presenciaran tan macabra ejecución. Momentos antes de ser ahorcados, los dos adultos gritaron “viva la libertad”. El niño, en cambio, permaneció callado. Y, en ese momento, alguien que estaba detrás de Elie Wiesel preguntó: “¿Dónde está el buen Dios?, ¿dónde está?”.

Seguidamente se procedió al ahorcamiento del niño y de los dos adultos, retirándoles las sillas a las que habían sido aupados. “En el horizonte”, comenta, “el sol se estaba ocultando” en medio de un silencio absoluto. A continuación, comenzó el dramático y punitivo desfile de los prisioneros, entre lágrimas y sollozos, por delante de sus tres compañeros.

Cuando le tocó el turno a él, los adultos ya habían expirado. En cambio, el niño, seguía agitándose. Aún vivía. Y así estuvo media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando hasta morir, lentamente asfixiado, a causa de su escaso peso. En ese momento Elie Wiesel volvió a escuchar, detrás de sí, la misma pregunta de hacía unos minutos: “¿Dónde está Dios?”. “Sentí”, recuerda, “una voz que, saliendo de mí, respondía”: “¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…".

¡Dios está ahí, en esa cruz! Gracias Señor por no haberte bajado.

Décima Estación. Jesús es despojado de sus vestiduras



Aquel despojo de hombre, flagelado, coronado de espinas, escarnecido y despojado de sus vestiduras, expresa toda la entrega y amor de Dios a la humanidad. Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Porque Dios no quiere obligarnos a amar, su presencia es discreta. Es un Dios con nosotros, no sobre nosotros. En la cruz ha vaciado toda su ternura y ha mostrado todo su poder, su amor incondicional que nos salva. "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo... Nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos... Vosotros sois mis amigos... Padre, perdónales porque no saben los que hacen". Dios se ha mostrado dispuesto al abajamiento total con tal de manifestar que su ser es amar. En la cruz descubrimos la forma de ser de Dios. Por eso, podemos decir “He ahí al Hombre” y “He ahí a Dios". También hoy, en los horrores de la guerra, está. Se deja encontrar, no se impone, comparte nuestra suerte y nos acompaña desde dentro.

Está acompañando a nuestros seres queridos que están viviendo la enfermedad y la muerte en una soledad familiar tan desgarradora. Él sí está. Somos estos días testigos de experiencias consoladoras, que no se explican si Él no está.

Undécima Estación. Jesús es clavado en la Cruz



San Juan de Ávila dice que cuando Jesús ya no puede conducir a su rebaño hacia verdes praderas, porque está clavado en la Cruz, entonces sí que está siendo buen pastor. ¿En que? momento nos perdona?, se pregunta el Papa Francisco el Domingo de Ramos de 2022: “En un momento específico, durante la crucifixión, cuando siente que los clavos le perforan las muñecas y los pies. Intentemos imaginar el dolor lacerante que eso provocaba”.

Duodécima Estación. Jesús muere en la Cruz



Jesús en la Cruz pasa del “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” al “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu". ¿Cómo pudo pasar Jesús de la cuarta palabra a la séptima? ¿del abandono a la confianza? A Jesús le salvó la memoria. Tenía tanta memoria acumulada de la fidelidad del Padre que no le pudo fallar. Él nunca falló al Padre, el Padre nunca le falló, nunca se fallaron. ¡A Jesús le salvó la memoria!

Cuando murió Jesús, el velo del templo se rasgó, la tierra tembló, los sepulcros se abrieron y el cielo se oscureció. Son los signos apocalípticos de los que habla el evangelio. ¿Qué tiene que quebrarse dentro de nosotros para que haya resurrección? ¿Con qué tienes que romper, qué decisión tienes que tomar para que haya liberación y vida en tu existencia? ¿Qué tiene que tambalearse en tu vida? Hoy vivimos viernes santos que tienen sesgos apocalípticos. Tiempos para ir a lo fundamental, para primar lo importante sobre lo urgente, para reencauzar temas pendientes y para relativizar muchas cosas a la sombra del Absoluto del amor de Dios.

Decimotercera Estación. Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de su Madre



María recoge el cuerpo de su Hijo. Muchas madres, rotas de dolor, recogen el cuerpo de sus hijos hoy, aquí y ahora. En nuestra sociedad el ocio nocturno tiene víctimas y a menudo sólo se entiende con alcohol, drogas y violencia. Inconcebible que siga habiendo guerras en el mundo en vez de diálogo. Las vidas de los no nacidos no cuentan y se convierte en un derecho ignorarlas. También los abusos de menores, en la sociedad y dentro de la Iglesia, rompen el corazón de la Madre. Los Santos Padres dan los mismos títulos a la Virgen y a la Iglesia. La maternidad de María se prolonga y encarna hoy en la Iglesia. La Iglesia, a través de los sacramentos, trae a Jesús al mundo. Y la Iglesia, también a través de los sacramentos, recoge a sus hijos en la muerte para conducirlos a la Resurrección.

Decimocuarta Estación. Jesús es sepultado



Jesús en el sepulcro es esperanza de Resurrección. Las confesiones más antiguas de la Resurrección tienen por autor al Padre: Dios le resucitó.... El Padre le constituyó en Señor y Cristo....El que yacía entre los muertos, reina vivo... Dios rehabilitó al ajusticiado... El amor es más fuerte que la muerte.

Su resurrección garantiza la victoria del bien y del amor sobre el mal y el pecado. Esa ha sido la respuesta de Dios en su Hijo Jesús. Y esa respuesta suya pide una respuesta nuestra en nuestra vida. Un Dios que trabaja hasta la extenuación busca colaboradores que le ayuden en su lucha contra el mal. Dios quiere luchar contra el mal a través de nosotros. Dios hace todo lo que puede hacer sin suprimir nuestra dignidad, sin anular al hombre, porque se toma en serio nuestra libertad. Desde la luz de la Resurrección se escribe e ilumina el misterio de la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. En esta última estación “¡anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús!