Cuando ser inteligente es un problema en clase

Cuando un niño presenta un coeficiente Intelectual de 130 o más ya podemos hablar de altas capacidades

@franj_duran

Redacción COPE Córdoba

Córdoba

Tiempo de lectura: 3' Actualizado 04 jun 2021

Siempre que hablamos de educación nos centramos en los “problemas”, entre comillas. Es decir, nos centramos en el fracaso escolar, suspensos y abandonos que se identifican con la desmotivación o la falta de inteligencia. Pero esto no siempre es así, a veces, ser demasiado inteligente puede ser un problema muy serio para un niño. ¿Qué está ocurriendo con los genios, con los niños con altas capacidades? ¿Son un éxito escolar o un fracaso? ¿Por qué? Estas y otras preguntas nos plantemos hoy en este espacio de Escuela de Familias con el profesor…

ALTAS CAPACIDADES

Un niño con altas capacidades es alguien con un coeficiente intelectual superior a la media. El famoso coeficiente intelectual mide el nivel de progreso y madurez medio de los niños a una determinada edad. Esa media establece el coeficiente 100. Medimos indicadores como la capacidad verbal, numérica, espacial, memoria, etc. El niño que está por debajo de esta cifra se considera que tiene un retraso madurativo. El que está por encima tiene unas capacidades superiores a las propias de su edad. La prueba en sí no es concluyente.

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En ella intervienen factores externos que deben ser tenidos en cuenta. Por ejemplo, el nivel de concentración del alumno durante la prueba, que no haya elementos de dispersión o circunstancias que puedan alterar su rendimiento en un momento dado. También la intensidad y frecuencia de los estímulos recibidos durante el último periodo, por ejemplo. Por eso, no bastan unos resultados puntuales en un test, es necesario completar el análisis con la observación, tanto de los profesores como de la familia. Cuando un niño presenta un Coeficiente Intelectual de 130 o más ya podemos hablar de altas capacidades.

GENÉTICA O EDUCACIONAL

Las altas capacidades tienen un alto componente genético, y la prueba más palpable es que pueden diagnosticarse a edades muy tempranas, cuando todavía la educación tiene un impacto relativo. Esto no quiere decir que, con los estímulos adecuados mantenidos en el tiempo, un niño presente un desarrollo precoz en algún área concreta. Pienso ahora, por ejemplo, en un niño que haya estado en contacto con la música desde muy pequeño, es posible que en esta área en concreto presente una madurez superior a la que corresponda a su edad. Pero no estaríamos en el perfil genérico del alumno “genio”.

SISTEMA EDUCATIVO

El sistema educativo no está diseñado para este tipo de niños. Sí en la teoría, pero no en la práctica. En la teoría, cuando hablamos de escuela inclusiva, hablamos de la necesidad de tratar a cada alumno en función de sus aptitudes y actitudes, el desarrollo de las competencias se prevé personalizado, luego estos niños tendrían que tener programas específicos. En la práctica, nos centramos nuestro esfuerzo en aquellos alumnos que presentan dificultades de aprendizaje, el objetivo generalizado es evitar suspensos y abandonos.

En la mayoría de los casos, estos alumnos pasan desapercibidos porque no suspenden. Y cuando lo hacen, sus problemas son actitudinales. Normalmente se piensa que son niños con suerte porque con poco esfuerzo consiguen buenos resultados. Pero no es así, tienen sus propias dificultades y esas, si no se tienen en cuenta, pueden conducirlos al fracaso en la vida.

REACCIÓN

Cuando no son diagnosticados precozmente y se adecua la dinámica educativa a sus capacidades, la frase más repetida es “me aburro”. Esto los lleva a una pérdida progresiva de interés por la escuela, sencillamente no le supone ningún reto el aprendizaje de conocimientos y no desarrollan el esfuerzo, no lo necesitan. Pero el problema más grave es el de la socialización porque tienen dificultades para comunicarse con sus compañeros.

Su madurez hace que se sientan diferentes, sus problemas son otros, no entienden a los demás ni se sienten entendidos. Pero ahí está la necesidad de socialización, por lo que con frecuencia disimulan su capacidad, llegan a preferir suspender para no “señalarse”, no ser tildados de empollones, para tener la posibilidad de ser aceptados en el grupo. Lo mismo podríamos decir de actitudes disruptivas o agresivas que tienen la misma función de mímesis.

El aprendizaje emocional y social es básico para ellos. Esto nos lleva a un dato preocupante: Según Eugenia Rodríguez de la Torre, directora de Sapientec, el 68,3 % de estos niños son fracasos escolares.

QUÉ HACER

En estos casos, es esencial el diagnóstico precoz. Cuanto antes lo sepamos, antes podremos actuar. El problema es que la inmensa mayoría no son diagnosticados. En segundo lugar, una vez conocido el dato, coordinarnos con la escuela para diseñar programas específicos y personalizados que puedan estimular su crecimiento, pero también su integración y socialización de grupo. Esto es fundamental: por un lado, satisfacer su curiosidad y ofrecerles retos desafiantes a su capacidad; por otro, trabajar la cohesión de grupo y el valor de la amistad.

Es conveniente ofrecer ambientes diversos, que tenga posibilidad de relacionarse con niños y personas mayores con quienes compartir. Lo que sí debemos tener muy claro es que si como familia no nos movemos, es muy posible que la escuela tampoco lo haga. En ese sentido me permito recomendar un libro con un título algo agresivo escrito por una madre desde la experiencia: Mueve tu culo, tu hijo te necesita, de Vanessa Conca. Desde mi experiencia profesional sí os puedo decir que el asunto es lo suficientemente importante como para prestarle toda nuestra atención, como padres y como profesores.