La vida verdadera
Madrid - Publicado el - Actualizado
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En la Bula de convocatoria del Jubileo 2025, el Papa explica que, durante mucho tiempo, los cristianos construyeron la pila bautismal de forma octogonal, y todavía hoy podemos admirar muchos baptisterios antiguos que conservan esa forma, por ejemplo, el de la propia catedral de Roma, San Juan de Letrán. Con ello querían reflejar que “en la fuente bautismal se inaugura el octavo día, es decir, el de la resurrección, el día que va más allá del tiempo habitual marcado por la sucesión de las semanas, abriendo así el ciclo del tiempo a la dimensión de la eternidad, a la vida que dura para siempre”. Esta es la meta, observa Francisco, a la que tendemos en nuestra peregrinación terrena.
Esto me ha recordado la insistencia de Benedicto XVI en que la vida eterna, que es lo que pedimos en el Bautismo, no es el mero alargamiento indefinido de la vida que tenemos aquí. Siendo ya Papa emérito le preguntaron si esperaba superar los 90 años, y respondió con su fina ironía: “no, por Dios”. La verdad es que me chocó en un principio, porque era un hombre que amaba profundamente la vida y disfrutaba mucho de sus detalles más cotidianos. Creo que lo que quería decir es que nuestro deseo de eternidad no se vería satisfecho por la prolongación sine die de nuestra vida aquí en la tierra. En realidad, aspiramos a la plenitud, a la vida verdadera, que es la profundidad última de la vida que conocemos ahora. Amamos la vida tal como la conocemos, ¡por supuesto!, pero deseamos una plenitud y una satisfacción que aquí nunca alcanzaremos.
Como escribe Francisco, frente a la muerte, que supone siempre un desgarro y una separación de nuestros seres más queridos, “no cabe discurso alguno”. Pero en Cristo resucitado se nos concede “el don de una vida nueva que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la eternidad”. Y esto es parte esencial del anuncio cristiano, una parte tan necesaria hoy como lo ha sido durante toda la historia.