Los catalanes tienen la palabra, y con ella la posibilidad histórica de un cambio de rumbo que sirva para reconstruir la convivencia profundamente dañada por el proceso secesionista. El resultado del 21-D mostrará en primer lugar los efectos de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y hasta qué punto ha sido positiva la vuelta de la legalidad que los separatistas pretendieron volar por los aires. Un triunfo de las fuerzas constitucionalistas pondría a Ciudadanos, PSC y Partido Popular ante la responsabilidad de alcanzar un acuerdo evitando los vetos recíprocos y los personalismos. Pero incluso si los independentistas sumasen la mayoría, ya no podrán tomar iniciativas unilaterales, sino que se verán obligados a una negociación que no podrá saltarse nunca más la ley. Sea cual sea el resultado, es imposible volver a la casilla de salida, por más que insista en ello cierta retórica del mundo independentista.

En todo caso la sociedad catalana tiene ante sí una magnífica oportunidad para retomar el pulso, recobrar la confianza entre sus diversos actores, volver al empeño cotidiano de responder a las verdaderas necesidades de la gente. A eso debe contribuir un gobierno sensato y de amplia base, capaz de promover lo que siempre ha caracterizado a Cataluña: la convivencia, el diálogo, la iniciativa empresarial y el sentido común.