Candelas para la esperanza

José-Román Flecha Andrés

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El segundo día de febrero celebramos la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén y la Purificación de María. La tradición llama a esta fiesta “el día de las candelas” y le dedica versos populares llenos de ingenuidad y ternura, como estos recogidos en Fuenteguinaldo (Salamanca):

“Candelaria, Candelaria, el segundo de febrero salió a misa de parida María, Madre del Verbo. No lo hace esta señora porque lo mande el precepto, pues solamente lo hace para dar al mundo ejemplo (…) La Virgen, como era pobre, dos palomitas llevó, que se usaba en aquel tiempo ofrecerlas al Señor (…) La Virgen, como era pobre, no le ofreció a Dios cordero, que le ofreció dos palomas como reza el Evangelio”.

En esta fiesta, por un lado proclamamos que Cristo es la luz de este mundo. Y, por otro, nos exhortamos a comportarnos en la Iglesia y en la sociedad de forma luminosa. Un anuncio y una demanda: eso significan y exigen los cirios que iluminan esta fiesta.

“Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche”. Así lo deseaba san Sofronio, patriarca de Jerusalén, allá por el siglo VII. Y así quisieron expresarlo los artistas que han tratado de plasmar aquel acontecimiento y las actitudes de sus protagonistas.

Así lo reflejó el Giotto en la basílica inferior de Asís y Fra Angélico en el convento de San Marcos, de Florencia. En el museo del Prado se conserva la Presentación de Jesús en el Templo, obra de Giovanni Bellini.

También Murillo nos dejó una representación de esta escena que se conserva en L’Ermitage, de San Petersburgo. Y en época reciente Marco I. Rupnik la ha plasmado en un mosaico para la capilla Redemptoris Mater en el Palacio Apostólico Vaticano.

En todas estas obras de arte sobresale la figura oferente de María. Como tal la canta el poema de Rufino María Grández: “La Virgen oferente acerca con sus manos al Cordero; ¡oh víctima y presente que colma el orbe entero, primicia del rescate verdadero!”.

Todo es “evangelio”. Todo es noticia de salvación. Jesús es consagrado a Dios desde su nacimiento. Su presentación en el templo de Jerusalén es ya la revelación y el anticipo de su consagración a Dios.

Con gusto recordamos la entrega de Simeón, evocada en los versos de Lope de Vega: “Ahora sí que puedo partirme en paz de aquesta mortal vida, pues ya contento quedo, que antes de mi partida fue tu palabra, gran Señor, cumplida”. Y contemplamos a Ana, que alaba a Dios y habla a todos de este Niño que llega al templo.

Simeón y Ana nos enseñan a ser profetas del misterio y pregoneros de la presencia de Jesucristo que llega silencioso como “luz para alumbrar a las naciones” por caminos de paz y de justicia. Las candelas indican que aún es posible la esperanza.


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