Esta es la síntesis definitiva de la propuesta de la Iglesia en España para la asamblea continental

El texto recoge las aportaciones que han enviado las diócesis, movimientos y congregaciones, además de las sugerencias que salieron del encuentro del pasado 28 de enero

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Del 5 al 9 de febrero va a tener lugar en Praga la Asamblea continental europea del Sínodo 2021-2024. En este encuentro se va a presentar la Síntesis definitiva de la propuesta de la Iglesia en España para esta asamblea continental. Este texto recoge las aportaciones que han enviado las diócesis, movimientos, congregaciones y distintos grupos en relación al documento enviado por la Secretaría del Sínodo el pasado mes de septiembre. Además, se han incorporado las sugerencias que salieron del encuentro del pasado sábado, 28 de enero, en la sede de la CEE.

La CEE va estar representada en este encuentro por su presidente, cardenal Juan José Omella; el obispo coordinador del Equipo sinodal, Vicente Jiménez; el secretario del Equipo sinodal, el sacerdote Luis Manuel Romero; la Hna. María José Tuñón, ACI, como responsable de la Vida consagrada y miembro del Equipo sinodal; y Dolores García Pi, presidenta del Foro de Laicos y también miembro del Equipo sinodal de la CEE.


Una nueva experiencia

La imagen bíblica de la tienda nos parece muy sugerente e iluminadora como símbolo de lo que estamos llamados a ser: una Iglesia en salida, integrada por personas diversas y plurales que, desde el deseo de ser cada día más acogedora, pero sin olvidar el fundamento de la unidad, abra sus puertas y se haga presente, bajo la guía del Espíritu Santo, en aquellos espacios donde es necesaria.

Resuena como una intuición compartida la valoración positiva de la propia experiencia del camino realizado hasta ahora. Un camino que vamos recorriendo con ilusión, esperanza y alegría, aunque no faltan actitudes de escepticismo, miedo e incluso rechazo, por la novedad que significa en sí misma la experiencia de escuchar, dialogar y, en general, caminar juntos.

El proceso sinodal es un don del Espíritu Santo, verdadero protagonista de este camino,que nos llama a la escucha activa, al diálogo profundo y al discernimiento comunitario a través de la metodología de la conversación espiritual; por eso, puede ayudarnos eficazmente en la tarea de abordar la solución de algunas de las carencias que observamos en la Iglesia.

Intuimos también que, para caminar juntos, es necesaria en cada uno de los miembros de la Iglesia una continua conversión personal, desde el encuentro con Jesucristo, la escucha de la palabra de Dios, la oración y los sacramentos, destacando la centralidad de la eucaristía.

El proceso sinodal está ayudando a tomar conciencia de la dignidad común de todos los bautizados (cf. LG 32)y la necesidad de revitalizarla, para crecer en corresponsabilidad y sentido de pertenencia a la Iglesia. Todo esto se percibe con mayor fuerza en el laicado, pero también aparece en los pastores y en la vida consagrada.

Sigue resonando con intensidad la invitación a ser una Iglesia en salida, en el contexto de la secularización que vivimos en Europa y en España, lo cual nos lleva a priorizar el Primer Anuncio. Además, se subraya el anhelo de una Iglesia misionera, de puertas abiertas, donde se escuche el grito de los más pobres y vulnerables, sin olvidar el clamor de la tierra.

Una experiencia novedosa ha sido la gran coincidencia en la importancia del ecumenismo y del diálogo interreligioso, que amplía el espacio de nuestra tienda, la Iglesia.

Se aprecia también el valor de la religiosidad popular y el papel fundamental que debe tener la pastoral familiar, así como la pastoral de los mayores y ancianos.

En líneas generales, el proceso sinodal está siendo una luz del Espíritu Santo que nos alienta a crecer en fidelidad creativa, caminando juntos, desde la escucha activa, para que vayamos pasando de una Iglesia de mantenimiento a una Iglesia misionera.


El proceso

Detectamos que las mismas polarizaciones existentes en la sociedad laten en el seno de la Iglesia: la polarización entre diversidad y unidad y necesidad de diálogo (entre nosotros, a nivel ecuménico y con la sociedad); la polarización entre tradición y renovación (particularmente en la liturgia y en el lenguaje); la polarización entre Iglesia piramidal e Iglesia sinodal (que se manifiesta en nuestras estructuras).

El trinomio «comunión, participación y corresponsabilidad» aparece repetidamente en las aportaciones, admitiéndose que existen impedimentos para crecer en ellos, particularmente por las resistencias de algunos pastores y la pasividad de algunos laicos. Se detecta con fuerza la tensión del clericalismo que lleva a confundir el servicio con el poder. Un primer paso para abordarlo es la formación en los seminarios y noviciados y la que reciben los laicos.

Nos duelen las distancias que se aprecian entre los miembros del pueblo de Dios de distintas vocaciones; también la soledad con la que viven su vocación algunos hermanos sacerdotes y religiosos. Ello nos lleva a insistir en la necesidad de conocernos para amarnos, escucharnos para comprendernos, acompañarnos para crecer en comunión.

Gracias al camino recorrido en estos meses podemos afirmar que la sinodalidad va tomando forma poco a poco en la vida de nuestras Iglesias particulares, aunque no faltan divergencias sobre su comprensión y actuación, que se expresan en desconfianza, escepticismo, miedo, desinterés, confusión e incluso obstaculización. Se manifiesta un deseo de participación real del pueblo de Dios en la vida y en la toma de decisiones en la Iglesia, que se topa con evidentes limitaciones estructurales. De ahí la petición de que los organismos sinodales no sean meramente consultivos, sino lugares donde las decisiones se tomen sobre la base de procesos de discernimiento comunitario.

Al mismo tiempo que señalamos haber realizado una escucha atenta y profunda que se convierte en acogida, enraizada en la Palabra y en el seguimiento de la voz del Espíritu Santo, también asumimos la dificultad —y, en ocasiones, el rechazo— al encuentro con lo diverso, lo diferente, especialmente cuando puede causar escándalo o incomodidad.

Desde esta perspectiva de la acogida, se mencionan cuestiones muy diferentes: las situaciones de pobreza y exclusión social, las personas con discapacidad o con diversidad funcional, el mundo de la inmigración, las personas con diversas situaciones familiares, afectivas o sexuales, o aquellos que se alejaron de la Iglesia o que nunca formaron parte de ella.

También se expresa la tensión entre el sentido de pertenencia a la Iglesia y la propia realidad personal o, más en general, la separación entre la fe y la vida. Esta situación nos cuestiona sobre la relación entre acogida y fidelidad a la doctrina y magisterio de la Iglesia.

El escándalo de los abusos sexuales también provoca tensión: reconocer el mal causado, reparar a las víctimas, aumentar la protección y avanzar hacia una total transparencia, son algunos aspectos importantes que hemos de seguir cuidando para sanar esta herida y reconstruir la confianza y la credibilidad de la Iglesia.

Muy relevante resulta el contraste que se expresa en relación con el papel de la mujer: se manifiesta de modo recurrente el deseo de que se le tenga en cuenta en la vida de la Iglesia, pero en la práctica no está siendo así y está costando mucho avanzar en esta dirección.

Asimismo, se reitera insistentemente la escasa participación de los jóvenes en el proceso sinodal y en la vida de la Iglesia. Nos sentimos interpelados a preguntarnos por el motivo de su ausencia, a aprender a escucharles, a modificar el modo de comunicar el mensaje del Evangelio, que ha de ser creativo, comprensible, integrador y generador de diálogo intergeneracional.

Finalmente, siendo cierto que se precisa y demanda una mayor formación litúrgica, también es clara la llamada a que se muestre la relación de la liturgia con la vida, de tal modo que se encarne en nuestra realidad personal y comunitaria, por medio de una renovación de las formas y del lenguaje que propicien una mayor participación de todo el pueblo de Dios.

Prioridades

En primer lugar, respecto a la «forma», partiendo de la positiva experiencia que estamos viviendo, resulta imprescindible en el momento presente estructurar la sinodalidad. Hemos de lograr que cale en nosotros —obispos, sacerdotes, diáconos, vida consagrada y laicos— y en nuestras parroquias y comunidades de referencia la necesidad de caminar juntos, de escucharnos, dialogar y de discernir a la luz del Espíritu sobre las diferentes cuestiones que se nos suscitan, desde un correcto entendimiento de lo que es y significa la sinodalidad. Este camino compartido permitirá reforzar y mejorar los espacios sinodales existentes, ir superando algunas de las tensiones que se han percibido en el proceso —como el clericalismo, las divisiones internas, los prejuicios, la ausencia de diálogo— y, al mismo tiempo, generar comunión entre nosotros y mostrar nuestra unidad allí donde nos hacemos presentes.

En segundo lugar, respecto al «fondo», urge resituar en el momento presente la misión de la Iglesia en el mundo en un contexto secularizado. Resulta necesario revitalizar el papel de la Iglesia en el espacio público y renovar su compromiso con la justicia, los procesos de construcción de la paz y la reconciliación, los derechos humanos, el cambio social, el mundo de la cultura, del trabajo y la cuestión ecológica. En definitiva, seguir avanzando hacia una Iglesia en salida con una clara identidad misionera en todos sus proyectos, propuestas y acciones.

En coherencia con esto, vemos que no se trata de cambiar la misión ni el ser de la Iglesia, sino de actualizarla, de que cada uno de nosotros la hagamos propia en el momento presente, en función de nuestra condición y responsabilidad y desde una espiritualidad decomunión. En este sentido, se perciben con fuerza como prioridades específicas que han de ser objeto de ulterior discernimiento en la Asamblea Sinodal las siguientes:

1.- Potenciar la acogida en nuestras comunidades, particularmente a los bautizados que no participan activamente de la vida de la Iglesia y a cuantos se sienten excluidos por su procedencia, situación afectiva, orientación sexual u otros motivos. Hemos de buscar que las comunidades eclesiales sean espacios integradores desde los que acompañemos a los hombres y mujeres de hoy en sus anhelos y necesidades, compartiendo con ellos la belleza de la fe que profesamos.

2.- Impulsar la corresponsabilidad, real y efectiva, del pueblo de Dios, superando el clericalismo, que empobrece nuestro ser y misión, y potenciando el acompañamiento por parte de sacerdotes, miembros de la vida consagrada y laicos. En este sentido, es importante promover los ministerios laicales.

3.- Reconocer definitivamente el papel de la mujer en la Iglesia y fomentar su participación, plena y en condiciones de igualdad, desde la común dignidad bautismal, en todos los niveles de la vida eclesial y, en particular, en el gobierno de las instituciones, invitándose a un discernimiento sin miedo.

4.- Favorecer el acompañamiento de los jóvenes en el momento y circunstancias que cada uno de ellos vive y buscar el modo de articular su integración y participación en nuestras comunidades eclesiales como prioridad pastoral, suscitando asimismo procesos catequéticos con niños y adolescentes.

5.- Dinamizar la formaciónintegral en las cuestiones fundamentales de nuestra fe, específicamente en materia de doctrina social de la Iglesia y moral —también sobre la propia sinodalidad– de tal forma que anime a una mayor coherencia de vida y conduzca a una mayor presencia pública evangelizadora y transformadora de la realidad social.

6.- Fomentar el diálogo con el mundo y la cultura, con otras confesiones religiosas y con la increencia, mejorando la capacidad de escucha y también la comunicación, desde la crítica constructiva en el seno de la propia Iglesia y hacia la sociedad actual.

7.- Cuidar la liturgia a través de la formación, de la actualización del lenguaje y de una mayor comprensión de sus ritos y contenidos, como expresión de una fe viva, consciente y activa.


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