Carta pastoral de Mons. Salvador Cristau: Inmaculada

Agencia SICAgencia SIC

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El próximo miércoles día 8 celebraremos en toda la Iglesia la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Es una de las grandes fiestas que dedicamos a la Virgen María, Nuestra Señora, Madre nuestra, Madre de los que hemos sido hechos hijos de Dios por el bautismo.

Contemplando este misterio nosotros los hijos creemos que en Ella no hay ni hubo nunca ninguna mancha de pecado, ninguna sombra de egoísmo, desde el primer momento de su existencia.

Los hombres, desde el principio de la creación, nos apartamos de Dios que nos había creado. Caímos en la tentación de pensar que seríamos como Él y que tendríamos su mismo conocimiento, y desobedeciendo su voluntad de amor nos alejamos de Dios (Gn 3, 4–6).

Pero el Señor, en su misericordia sin fin, no nos ha dejado perdidos a nuestra suerte, sino que ha querido devolvernos a aquella vida que había creado con amor y estableció un proyecto de salvación para todos los hombres.

En este sentido, María representa el restablecimiento del designio de Dios a la humanidad, dándonos una madre concebida sin mancha alguna y destinada a llevar al mundo a su Hijo hecho hombre como nosotros en todo, excepto en el pecado. Este Hijo, Inmaculado también, Dios y Hombre verdadero, nos ha dado la salvación con la entrega de su vida.

A nosotros sólo nos queda aceptar esta salvación como un don, un regalo de Dios, acogiendo la nueva vida que nos da, si queremos recibirla. Lo que vemos en María, Inmaculada, llena de gracia, nos anima a nosotros pecadores, sabiendo que tenemos una madre llena de gracia.

Nos anima, nos ayuda y nos alegra la esperanza de llegar a ser algo parecidos a Ella, como los hijos se parecen a la madre. Ser semejantes no significa ser inmaculados porque nosotros sí que estamos manchados, pero hemos sido llamados a crecer en la gracia, a ser santos porque Dios es santo.

María nos trae la vida verdadera que es Cristo, y que queremos recibir en la Navidad. La contemplamos así llena de gracia, llena de la vida de Dios, tan llena que no hay sitio en ella para ninguna oscuridad porque todo lo llena el Espíritu Santo. Y así también, el Espíritu, quiere santificarnos a nosotros. Adviento es un camino de esperanza. En María Inmaculada vemos que la esperanza de la humanidad ha sido ya realizada, y su esperanza es también nuestra esperanza.

+ Salvador Cristau Coll

Administrador diocesano de Terrassa


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Religión