Carta pastoral de Mons. Gerardo Melgar: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído».

El obispo prior de Ciudad Real dedica su última carta pastoral a la Jornada Mundial de las Misiones que hemos vivido este pasado domingo

Agencia SICAgencia SIC

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Porque no podían dejar de hablar de lo que sen­tían como discípulos y seguidores de Cristo, vo­cacionados a extender el evangelio por todo el mundo, es por lo que un día sienten la llamada de seguir como Abraham a salir de su tierra, a dejar casa, familia y patrias e ir al lugar que Dios les muestra.

Y con la maleta vacía de apegos, llena de ilusión y ardor pastoral por anunciar el evangelio a todos los pueblos, responden al Señor: «Aquí estoy, Señor, cuenta conmigo».

Estos son los misioneros, perso­nas como tú y como yo, con fragili­dades y fortalezas, con cualidades y defectos, pero llenos de generosidad y un corazón con un ardor especial por anunciar a Jesucristo a los demás. Hacen entrega de todo lo que son y lo que tienen al Señor y a la misión que les ha encomendado y se ponen de lleno a su servicio.

Hoy les recordamos con un cariño especial y con una autentica admira­ción por su generosidad, generosi­dad que nace de su fe y amor a Cristo que los envía y a cuyo envío ellos res­ponden con verdadera entrega.

«La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasio­nada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad. Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de ello», dice el Papa en el mensaje para esta celebración.

Los apóstoles han tenido una experiencia de Jesús, que cura a los enfermos, que acoge y come con los pecadores, que invita a vivir las bienaventuranzas, que nos da un mandamiento nuevo, que ama hasta la muerte, que envía a los discípulos a ir por todos los pueblos anuncian­do su mensaje de salvación.

Esta experiencia que han tenido no se la pueden callar, la tienen que comunicar a los demás, con Él han experimentado que las cosas pueden ser diferentes.

Nosotros estamos en tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar nuevas iniciativas y comunidades de hombres y mu­jeres que, haciéndose cargo de su propia fragilidad y de la de los de­más, sienten la necesidad de comu­nicar a los demás lo que ellos han visto y oído, lo que ellos tratan de vivir.

E s t a conciencia nos debe llevar nece­sariamente a ponernos en estado de misión, de buscar, ofre­cer y animar a los demás a vivir las actitudes que nosotros tratamos de vivir, para que ellos puedan seguir ese mismo camino.

La misión de los misioneros, la misión llamada ad gentes, hoy ha cambiado. Ya no solo hay que pensar en los países tradicionalmente lla­mados de misión, porque la misión la tenemos a nuestro lado, en la vieja Europa, cristiana, en la España cris­tiana de siempre, en nuestros pue­blos pequeños o grandes, en nuestras familias y en los miembros de nues­tras propias familias.

La celebración, hoy, de la Jornada Mundial de las Misiones, nos hace esta llamada a todos los cristianos de aquí y de más allá, a ponernos en es­tado de misión, a descubrir que nece­sitamos evangelizar nuestro mundo de cerca y de lejos, nuestros pueblos y nuestras familias, porque se han descristianizado.

El Señor nos llama a que nos pon­gamos en estado de misión, a que nos dispongamos a hacer realidad la evangelización, el anuncio de Jesu­cristo a nuestros hermanos.

También nosotros decimos hoy, con el corazón y con las palabras, lo

mismo que los apóstoles: «No podemos dejar de hablar de aquello que hemos visto y oído».

Nuestra historia es una historia de amor de Dios. Co­nocemos, por experiencia propia, todo lo que el Señor ha hecho con nosotros, todo lo que Él nos ha regalado, el amor que nos ha tenido y sigue teniendo, para que noso­tros seamos capaces de regalárselo a los demás, como Él ha hecho con nosotros.

Nosotros, como cristianos, no podemos guardarnos al Señor para nosotros mismos. La misión evangelizadora de la Iglesia la tenemos que cumplir entre todos, porque a todos el Señor nos dice: Id por el mundo entero y en­señad a los demás lo que vosotros habéis aprendido. La Iglesia que formamos todos y cada uno de los cristianos existe para evangelizar, es decir, para anunciar a los de­más el mensaje salvador de Cristo. No hemos sido lla­mados ni seducidos por el Señor para recluirnos en un grupo de privilegiados, somos llamados por el Señor y por nuestra experiencia de vida nueva a ir a los demás y testimoniarles lo que nosotros hemos experimentado.

Hoy recordamos con especial cariño a los que han en­tregado toda su vida a esta misión lejos de su mundo, con su testimonio de vida que nos ayuda a todos a renovar nuestra fe, nuestro compromiso bautismal de ser apósto­les generosos y alegres.

Vivamos esta jornada y nuestra vida comprometién­donos a ser verdaderos testigos de nuestra fe, para cum­plir nuestra misión y que otros, que se han olvidado o nunca conocieron a Jesús, lo conozcan y lo amen, y con su vida sean también testigos de su experiencia.

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