Un perrito entra en un templo persiguiendo la pelota y lo que sucedió dejó a todos boquiabiertos

Marina se sintió avergonzada por lo que pasó con el perrito y aquel día marcó un antes y un después

Redacción Religión

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En sus catorce años de vida, el perrito Bruno cometió todo tipo de locuras. Una de las más recordadas entre los vecinos de un barrio de Sevilla fue cuando todavía era casi un cachorro, el díaentró en la parroquia en medio de la misa como un loco persiguiendo una pelota que accidentalmente había ido a parar a la iglesia, con los consiguientes ladridos.

Aquello sonrojó a Marina (su dueña), aunque los feligreses no podían parar de reír, al igual que el párroco, que no dudó en detener la homilía unos instantes para acariciar al white terrier (su raza). Desde aquel 'simpático altercado', Bruno siempre tenía la intención de acceder al templo cuando atravesaba la plaza, aunque siempre estaba Marina al acecho para no repetir aquel episodio: “Hizo muy buenas migas con el cura, que siempre que coincidían y tenía tiempo, jugaba con él”, recuerda a COPE.es

Hoy Marina, de 26 años, recuerda aquello con una sonrisa de oreja a oreja, aunque con tintes de nostalgia. Hace unos días se han cumplido dos años desde que falleciera su querida mascota. Le sigue echando en falta. Mucho: “¿Sabes lo que más echo de menos? Cuando todos los días le daba parte de mi cena y se lo comía con un arte... lo que más le gustaba eran las albóndigas de mi madre”.

Bruno, algo más que un perrito

Marina no podrá olvidar el día que le regalaron a Bruno. Fue por su once cumpleaños: “Me emocioné mucho porque siempre quería un perro. Mis dos mejores amigas tenían uno en la casa y yo, claro, solo pedía a mis padres que me regalaran uno. A base de ponerme pesada lo conseguí”, afirma entre risas.

Durante los trece años que convivieron Bruno y Marina, ambos se convirtieron en algo más que amigos. El primero era para la segunda su mejor amigo, su mayor confidente. Fue de los primeros en 'conocer' a su primer novio: “Tenía claro que si a Bruno no le gustaba, no iba a seguir con él. ¡Su opinión era importantísima! Estaba muy unido a él, la verdad”, revela Marina, ya con los ojos rojizos”.

De hecho, asegura sentirse mal cuando refunfuñaba por tener que sacar a pasear a su mascota ya desaparecida: “Lo típico, cuando era más pequeña lo sacaba mi padre a pasear porque no querían que saliera por la noche de casa. Cuando ya fui un poco más mayor empecé a hacerlo yo con gusto, pero cuando llegaban los fines de semana pues... ¡sinceramente prefería salir con las amigas antes que pasearle! Pero mis padres no se apiadaban de mí y tenía que buscar un hueco para sacarle. Siempre me inculcaron que el peso de su educación y sus cuidados me correspondían a mi”, explica Marina.

Otro día que quedó marcado en Marina fue el de su Confirmación. Bruno se quedó en casa. No era para menos, dado los antecedentes de Bruno en la Iglesia: “Le dejamos en casa pero él sabía que era un día importante para mí, y se lo iba a perder. Cuando salí de casa se me saltaban las lágrimas, pero mis padres fueron tajantes, y dijeron que ni de broma podía venir. Que conste que mis padres también adoraban a Bruno pero claro... eran realistas” (risas).

Llevó una vida feliz

Bruno murió hace dos años. Su ocaso fue rápido. Algo que agradece Marina: “Llevó una buena vida. Fue muy feliz. Era el rey de la casa. Murió de viejo, con catorce años. Yo le notaba especialmente cansado unos días antes, no tenía ganas de jugar, se pasaba el día durmiendo... ¡Le costaba hasta subirse a mi cama!. Pocos días después murió. Así es la vida”.

Preguntada si algún día habrá un reemplazo para Bruno (si es que es la palabra adecuada), la respuesta es sí, pero en el momento adecuado: “Aún no. Tal vez cuando me vaya a vivir con mi pareja o si algún día soy madre. Yo soy de las que pienso que criarse con una mascota es beneficioso para los niños. Pero Bruno para mí siempre será especial”, reflexiona nuestra protagonista.

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