El párroco que murió en Siberia entre terribles sufrimientos por preservar el secreto de confesión

Lo encadenaron y lo mandaron a las minas de Siberia con una pena de trabajos forzados de por vida

Redacción Religión

Tiempo de lectura: 2’

La historia que te contamos tuvo lugar a mediados del siglo XIX, en el año 1853. Se trata del padre Jan Kobylowicz, párroco en la ciudad de Oratov, en Ucrania. El padre Jan Kobylowicz era un apóstol clandestino, que evangelizaba en secreto a los conversos ortodoxos para llevarlos al seno de la Iglesia Católica.

En 1853 acudió a la casa de un funcionario, que se había convertido al catolicismo, para bautizar a su hija pequeña. Aprovechando que el sacerdote no se encontraba en la iglesia, el organista de la propia parroquia aprovechó para entrar en el priorato y robar la escopeta de caza del párroco. A la mañana siguiente saltó la noticia del asesinato de un alto cargo. Había recibido un disparo mientras dormía. Esa misma tarde, el organista entró en la parroquia, ocultó la escopeta tras el altar y se dirigió al confesionario del Padre Jan.

Confesó el pecado de asesinato, declarando que ardía de lujuria por la esposa del alto cargo y le había disparado con la intención de casarse con la viuda. El organista abandonó la iglesia sabiendo que, al confesar, había sellado los labios del sacerdote para toda la eternidad. Luego se fue a comisaría para delatar al padre. Incluso dijo que sabía donde había escondido el arma del crimen. Cuando la policía entró en la parroquia de Oratov, encontró la escopeta tras el altar y con esa evidencia y el presunto testigo, arrestaron al sacerdote.

El juicio duró seis semanas, durante las cuales guardó absoluto silencio frente a las mentiras y las calumnias. Una simple palabra le liberaría de la condena humana, pero esclavizaría su alma. No dijo donde se encontraba la noche del asesinato para proteger a la familia conversa. Y fue declarado culpable. Lo encadenaron y lo mandaron a las minas de Siberia con una pena de trabajos forzados de por vida.

Pero tuvo una condena aún más dolorosa. Debido al veredicto de culpabilidad, fue excluido y excomulgado solemnemente del clero en noviembre de 1853 en la catedral de Zytomierz por el entonces obispo, su Excelencia Kaspar Borowski. Durante veinte años trabajó arduamente, viviendo en el frío helado, comiendo sobras y desautorizado para celebrar misa. Al final de cada día agotado, el padre Kobylowicz rezaba el canto de Simeón. Y ofreció sus penas por la conversión del delator.

Veinte años después, el organista enfermó y en su lecho de muerte lo confesó todo. Detalló al juez cómo había usado el secreto de confesión en su provecho, seguro de que el sacerdote nunca lo delataría y aceptaría ser acusado en su lugar. El magistrado envió de inmediato un telegrama a Siberia ordenando la liberación del sacerdote. Sin embargo, recibió esta respuesta: “El padre Kobylowicz está muerto. Murió hace dos meses".

El día de su muerte, como todos los anteriores había rezado: "Ahora Señor puedes dejar que tu siervo en paz se vaya, porque mis ojos han visto tu salvación". Un mártir del secreto de confesión: el padre Jan Kobylowicz.

Religión