La lección de vida de un menor enfermo de cáncer óseo que dio la vuelta al mundo tras su fallecimiento

El menor falleció a la edad de doce años

Redacción Religión

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Silvio Diseggna nació en 1967 en Turín. Hoy tendría 52 años. Desde bien pequeño sus padres le inculcaron los valores cristianos, le enseñaron a rezar y a él le entusiasmaba la vida de Jesús. Tanto es así que no faltaba un domingo a misa. Se confesaba con frecuencia. Entre sus aficiones se encontraba el fútbol y jugar al boliche. Sus cuadernos están llenos de descripciones de la naturaleza, de la vida familiar y también de las intenciones para el futuro.

“Juego con alegría y si alguien se hace daño, me retiro del juego para curarlo. Si encuentro a alguien que pide limosna, si tengo algo, se lo doy con amor. Intento ser bueno con todos, pero a veces no puedo. Jesús es tan bueno que yo también quiero serlo”, aseguraba en su diario.

Un diario que comenzó a escribir en 1977, con diez años, después de que su madre le regalara una máquina de escribir. Lo primero que escribió fue: “Gracias, madre, porque me trajiste al mundo, porque me diste la vida, que es tan hermosa. Tengo muchas ganas de vivir”.

A principios de 1978, empieza a tener un dolor persistente en la pierna izquierda. Le ingresan en el hospital y allí los médicos descubren que se trata de cáncer de huesos. Silvio aún no tiene once años, pero comprende lo que le está sucediendo. No se desespera: quiere curarse.

El 21 de mayo de 1978, ya en silla de ruedas, recibió la Confirmación, feliz, y asumiendo que ahora es testigo y apóstol de Jesús, pero su condición empeora y comienzan los dolores más fuertes. Se preparaba para lo que pudiera venir, comulgando todos los días: mantenía conversaciones, de corazón a corazón, de alegría, con Jesús. A causa de los dolores, Silvio se aferró al Rosario y rezó a Nuestra Señora intensamente, cada vez más a menudo. Desde junio de 1978 hasta enero de 1979 asiste hasta en siete ocasiones al hospital "G. Roussy" en París, en busca de tratamiento y curación. Aún así los dolores se vuelven atroces.

En uno de los ingresos en la cama junto a la suya, hay ingresado un hombre enfermo que no para de quejarse e insultar. Silvio estalla en llanto. Luego, se serena, toma el rosario y recita en voz alta muchas Avemarías. A la mañana siguiente mientras el hombre duerme, cuenta: “Papá, no tendré tiempo aquí en París para reparar con tanta Ave María todas las blasfemias que ese hombre arroja contra el Señor y Nuestra Señora: aún tendré que rezar cuando regrese a Italia. Se ha olvidado de sus penas y ahora se centra en reparar el pecado de los demás”.

Ha comprendido el valor salvífico del sufrimiento: se siente llamado a sufrir y sufrir, a reparar los pecados de los hombres. Como los niños de Fátima, cuya historia conoce, Silvio a menudo dice: "Hoy ofrezco mis sufrimientos por el Papa y por la Iglesia".

Sus noches, ardiendo de fiebre, las pasa en oración, rezando a la Virgen, meditando "los "misterios" con un pequeño libro, a la luz de una lamparita. Aún cuando el dolor es más fuerte, no quiere que nadie pase la noche con él y los envía a todos a descansar. En mayo de 1979, se rompe la pierna izquierda. Su cuerpo se llena de llagas; también pierde la vista y, en su mayor parte,la audición. Los dolores le rompen. Pero él nunca se queja. Solo pide con insistencia recibir la Comunión todos los días.

"Necesito a Jesús todos los días, para que me de fuerza a mí y a vosotros, mamá y papá ". El mes de agosto es un tormento constante para Silvio. Él tiene el "rosario misionero", y reza para que Jesús sea conocido y amado, para que los misioneros lo den a conocer y lo amen.

"Papá, me gustaría ser conocido en todo el mundo ¡Ser muy querido!” Es un pequeño misionero de oración, amor y dolor a los doce años. Pronto, su deseo se cumpliría. El lunes 24 de septiembre de 1979, por tercera vez, recibe la Unción de los enfermos, comulga y Ora con el cura.

A las nueve y veinte de la noche, cuando cae la noche y todo está en silencio, Silvio Dissegna se encuentra con Jesús, a quien ama con locura. Docenas de sacerdotes y un sinnúmero de personas participan en su funeral. El Arzobispo de Turín abrió el proceso de canonización.

En la homilía dijo: “¡Que este fuego, desde su corazón de niño, se encienda en todo el mundo, en millones de hermanos, en un fuego insaciable de amor! En la actualidad es Venerable.

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