Carta del obispo de Sant Feliu de Llobregat: «La Palabra que nos une»

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La coincidencia en una misma jornada de las celebraciones del Día de La Palabra de Dios y el de la Oración por la Unidad de los Cristianos nos hace pensar en una gran paradoja. Se supone que la Palabra de Dios nos une y, sin embargo, históricamente la separación de la Confesión Protestante se produjo, entre otros motivos, reclamando la vuelta a la Escritura. Y no era que los católicos hubieran dejado la Escritura, sino que el uso que de ella hacían los protestantes y su interpretación de algunos pasajes de la Biblia era diferente.

Lutero decía que la Palabra nos constituía como Iglesia, es decir, que el principio de unidad de la Iglesia era la Palabra de Dios proclamada y creída en una asamblea. Los católicos decíamos y decimos que el principio, el origen y el fundamento de la unidad de la Iglesia es el Espíritu Santo, el amor de Dios compartido por la comunidad; que la Palabra de Dios es más que el libro escrito y proclamado; y que este amor nos llega también por otros cauces, además de la Escritura…

Seguramente que la mayoría de nuestros hermanos separados estarían bastante de acuerdo con la doctrina católica. Y también muchos católicos están de acuerdo en que tenemos un déficit de trato con la Palabra de Dios en la Escritura. En definitiva, nos faltan precisamente palabras, palabras de diálogo, palabras comunicadoras, no solo de ideas, sino también de afecto y de proximidad.

Es curioso ese dato que se está escuchando en los medios de comunicación. El confinamiento forzado por la pandemia, ha provocado en bastantes casos serias crisis matrimoniales y familiares. La convivencia obligada y persistente, el necesario conversar con las mismas personas largo tiempo, como ha escrito alguien, ha obligado a “desnudar el alma”. Y esta desnudez del alma puede descubrir grandes valores, pero también no pocas fealdades, que la vida cotidiana podría disimular.

Dios nos dio el don de la palabra, no solo para transmitir ideas o conocimientos, sino también para podernos comunicar personalmente. La primera consecuencia del pecado fue Babel. Decimos consecuencia, porque Babel no era el pecado, sino el efecto que el pecado de la cerrazón egoísta introduce en el mundo.

Hemos redescubierto el sentido profundo de la Escritura cuando hemos profundizado en lo que significa que Dios se ha revelado a la humanidad. Dios nos ha hablado y lo ha hecho “de muchas maneras”, como dice la Carta a los Hebreos (cf. Hb 1,1). Pero nunca ha querido solo enseñar una doctrina, ni un código moral, ni una mera información académica… Lo que Dios ha querido siempre es comunicarse a sí mismo por amor (por eso al final de los tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo, la Palabra). Las palabras escritas, en la Biblia, no son sino medios a través de los cuales Dios se comunica sí mismo por amor.

En este sentido es verdad, en parte, lo que decía Lutero. La Palabra de Dios contenida en la Escritura, proclamada y creída, nos devuelve la unidad, nos hace Iglesia. Porque la comunicación de amor desencadena amor, en forma de relaciones y vínculos fraternos. La comunicación que establece Dios con nosotros, por ejemplo mediante la Escritura, provoca comunión. Más aún, no hay comunión verdadera en la Iglesia, si no tiene su origen en la comunicación de Dios. El problema es que no siempre le hemos escuchado.


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