Carta del obispo electo de Solsona: «Hacen falta obreros para la mies»

Según explica Conesa Ferrer en su carta pastoral «hoy son pocos los obreros, las personas que están dispuestas a renunciar a algo suyo y comprometer su vida al servicio de Cristo»

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Queridos hermanos:

Además de los Doce, Jesús envió también a otros setenta y dos discípulos a proclamar la llegada del Reino de Dios (cf. Lc 10, 1-12). En el momento del envío, Jesús siente que queda pendiente una inmensa tarea y constata que son muchas las personas que tienen hambre de Dios y esperan el anuncio de una buena noticia: “La mies es abundante”. Hay mucho campo que trabajar, muchas personas y ambientes que evangelizar. Pero –añade Jesús- “los obreros son pocos”. No son suficientes aquellos setenta y dos; serían necesarios muchísimos más para hacer llegar a los hombres la buena noticia del Reino.

También hoy son necesarios discípulos dispuestos a la misión. Si miramos a nuestro mundo, detectamos inmediatamente el vacío de Dios, la pérdida de ilusión del ser humano y la necesidad de anunciar el Evangelio. La mies sigue siendo abundante. Pero también hoy son pocos los obreros, las personas que están dispuestas a renunciar a algo suyo y comprometer su vida al servicio de Cristo. No me refiero a los sacerdotes. Cuando Jesús hablaba de “obreros” para trabajar en su mies no estaba pensando –según creo- en los curas y las monjas, sino en discípulos que, como aquellos setenta y dos, estuvieran dispuestos a salir a las calles sin bolsa, ni alforja ni sandalias de repuesto. A veces una lectura clerical de este texto evangélico ha llevado a pensar que lo que Jesús pide son seminaristas, religiosos o sacerdotes. Pero para anunciar el Evangelio lo que hacen falta de verdad son cristianos laicos que sean conscientes del don de su fe y no tengan miedo de proclamarla.

Jesús añadía que estos cristianos comprometidos en la misión eran un don que había que pedir al Padre del cielo: “rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (v. 2). Por eso, nuestras comunidades no deberían nunca de cansarse de rezar para que en su seno el Padre suscite muchas vocaciones para la misión. Son necesarias vocaciones para el sacerdocio y la vida consagrada, pero sobre todo necesitamos que se despierte en el laicado la conciencia de la misión. Hacen falta jóvenes, matrimonios, personas del mundo de la cultura o la política, voluntarios que estén dispuestos a gastar su tiempo, a compartir su experiencia de fe y, quizás, a jugarse su fama por anunciar el Evangelio.

En efecto, el obrero del Evangelio sabe que muchas veces tendrá que enfrentarse a la hostilidad del mundo e ir contracorriente, que va “como oveja en medio de lobos” (v. 3), pero tiene también la conciencia firme de que está colaborando con Cristo en el anuncio de su mensaje de esperanza y paz. Es significativo que los setenta y dos “volvieron llenos de alegría” (v. 17). No se trata de una alegría efímera por haber tenido éxito en la misión, sino el gozo interior e indestructible que proviene de la conciencia de haber sido llamado por Jesús a colaborar con Él en el anuncio del Evangelio, una alegría arraigada en la promesa de que –dice Jesús- “vuestros nombres están inscritos en el cielo” (v. 20).


+ Francisco Conesa Ferrer

obispo electo de Solsona y administrador diocesano de Menorca


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