La relación entre San Juan Pablo II y Francisco, el papa que le hizo santo

El 18 de mayo se celebra el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, y el actual papa Francisco, tiene mucho que ver con él

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Este año, el 18 de mayo se celebrará el centenario del nacimiento de Karol Wojtyla. Para preparar este acontecimiento el día 11 se publica en Italia el libro “San Giovani Paolo Magno” (San Juan Pablo el Grande), fruto de las conversaciones que Francisco mantuvo con el sacerdote Luigi Maria Epicoco entre junio de 2019 y enero de 2020 en torno a la figura de este gran papa santo.

En el texto se confirma la especial sintonía que hubo entre los dos. Cuando en 1978 Karol Wojtyla se convirtió en el Papa Juan Pablo II, Jorge Mario Bergoglio tenía 41 años y era el superior provincial de los jesuitas en Argentina, en una época política muy complicada en el país.

Juan Pablo II decidió nombrarlo obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 y en 1998 pasó a ser el arzobispo de Buenos Aires. Durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el papa Juan Pablo II lo nombró cardenal con el título San Roberto Belarmino. Además, se convirtió en el primado de Argentina.

El autor de la entrevista al Papa Francisco es un joven sacerdote de 40 años, profesor de filosofía en la Pontificia Universidad de Letrán en Roma, que ha escrito numerosos libros de espiritualidad. Al Papa le gustan sus escritos y de hecho el pasado mes de diciembre regaló uno de sus libros “Alguien a quien admirar: una espiritualidad de testimonio”, a los miembros de la curia.

Aunque la editorial apenas ha revelado datos sobre el contenido del libro, de 128 páginas, sabemos que aparecen pasajes inéditos que reflejan la estrecha relación que existía entre los dos pontífices e incluyo se incluyen pasajes autobiográficos desconocidos de Francisco. En el prefacio del volumen el sacerdote Epicoco asegura que estas conversaciones con el Papa Francisco le han permitido “hurgar” en su corazón y en su mente.

El diario italiano La Stampa avanza alguno de sus contenidos. Por ejemplo, que los dos coincidían en su opinión sobre el sacerdocio y el celibato de los sacerdotes, considerándolo un regalo: “Estoy convencido de que el celibato es un regalo, una gracia y, caminando tras Pablo VI y después de Juan Pablo II y Benedicto XVI, siento fuerza el deber de pensar en el celibato como una gracia decisiva que caracteriza a la Iglesia Católica Latina. Es una gracia, no un límite”.

Francisco cita en el libro una definición de Gustav Mahler sobre la tradición que ha repetido en varias ocasiones: la tradición es la garantía del futuro, no la custodia de las cenizas. En este sentido el papa explica en el libro que “la Tradición es como las raíces. Toda la raíz nutre el árbol, pero el árbol es más que la raíz y el fruto es más que el árbol. La Tradición debe crecer, pero siempre crecer en la misma dirección que la raíz”.  

Han sido innumerables las ocasiones en las que el Papa Francisco se ha referido a San Juan Pablo II a lo largo de su pontificado. De forma especial le ha impresionado siempre las palabras pronunciadas por el papa Wojtyla el día de la inauguración de su pontificado, que considera siempre actuales: “¡No tengan miedo! ¡Abran, abran de par en par las puertas a Cristo!”. En 1918 se dirigía a unos fieles polacos en la audiencia general pidiéndoles que estas palabras “sigan inspirando vuestra vida personal, familiar y social; que sean un estímulo para seguir fielmente a Cristo, para ver su presencia en el mundo y en el otro hombre, especialmente en aquel pobre y necesitado de ayuda. El hombre, de hecho, como enseñó el Papa procedente del linaje polaco, es el camino de la Iglesia".

En otra ocasión el Papa Francisco escribía en una carta: "Que el redescubrimiento del testimonio de fidelidad a Dios y de amor al hombre de este venerable Predecesor mío anime a todos, especialmente a los jóvenes, a abrir de par en par las puertas de Cristo para un generoso compromiso en favor de la paz, de la fraternidad y de la solidaridad".

ADELANTO DEL PRIMER CAPÍTULO DEL LIBRO ( PREPUBLICADO POR LA REVISTA ITALIANA FAMIGLIA CRISTIANA)

Santidad, ¿qué impresión tuvo al conocer la elección de Juan Pablo II, el primer Papa no italiano después de casi 500 años?

Escuché sus primeras palabras y tuve un muy buen presentimiento. Y esta impresión se fortaleció inmediatamente después, cuando me dijeron que había sido capellán de universidad, profesor de filosofía, alpinista, esquiador, deportista, un hombre que rezaba mucho. Me encantó e inmediatamente sentí una gran simpatía por él.

¿Qué papel jugaba usted en la Iglesia en ese momento?

Yo era provincial de los jesuitas.

Volvamos por un momento a esa tarde de octubre de 1978. El Papa Juan Pablo II dice algunas palabras extraordinariamente significativas: «Los venerables cardenales llamaron a un nuevo obispo de Roma. Lo llamaron de un país muy lejano, pero siempre cerca de la comunión en la fe y la tradición cristiana».

Usted también, Santo Padre, usó palabras similares: «Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscar al Papa casi al fin del mundo». ¿Había pensado en él al decir estas palabras?

En realidad, no. En primer lugar porque no me imaginaba ser elegido. Muchos dicen que en el cónclave de 2005 había recibido varios votos. Pero la verdad es que el Papa correcto en ese momento era Ratzinger. Estaba convencido y lo apoyé. En el cónclave de 2013, ya me consideraba un obispo retirado que no corría ningún riesgo. Por eso no había pensado en nada de esto. Entonces, inmediatamente después de mi elección, después de usar la sotana blanca, tuve que salir al balcón y me pregunté: ¿qué le diré a la gente? Recordé lo que me había dicho el cardenal Errázuriz unas horas antes, pero a lo que no había dado peso. Fuimos a rezar a la capilla paulina con dos compañeros a quienes llamé personalmente, en contra del protocolo. Al cardenal Vallini le dije: «Tú eres el vicario, ven conmigo». Y a mi amigo, el cardenal Hummes –quien me dijo: «No te olvides de los pobres»–, le pedí: «Acompáñame». Y con los dos fui a rezar. Allí se me ocurrió la idea de decir que el cónclave había elegido un nuevo obispo de Roma, hacer un recuerdo de Benedicto, y luego: «Vamos juntos». La expresión «del fin del mundo» me llegó espontáneamente en ese momento, mientras miraba la logia de San Pedro.

¿Qué le había dicho el cardenal Errázuriz, eso a lo que no había dado peso?

Habían ocurrido algunos episodios esa mañana que no me habían preocupado particularmente, pero que aún me hacían pensar más tarde. En primer lugar, el cardenal Ortega y Alamino me pidió el texto que había pronunciado durante una de las reuniones oficiales de los cardenales en esos días. En realidad no había escrito nada, intenté recordar las palabras en la mente y las reescribí a mano. Se lo llevé, cuando volvimos antes del almuerzo, y le dije: «Ten, lo hice a mano». Y él me dijo: «Oh, qué lindo, así que tengo un recuerdo del Papa». Le respondí: «No bromees».

Después de darle esa nota, cogí el ascensor para bajar al segundo piso y el cardenal Errázuriz me dijo: «¡Date prisa para preparar el discurso!». «¿Qué?». «Lo que tienes que decir en el balcón». «¡Vamos, no bromees!». Luego, durante el almuerzo, mientras buscaba un lugar para sentarme, inmediatamente me llamaron: «Ven Eminencia, ven con nosotros», eran cardenales europeos que no conocía. Durante el almuerzo me hicieron muchas preguntas sobre América Latina y la Iglesia. Luego nos fuimos a descansar y les puedo asegurar que descansé muy bien. Por la tarde volvimos a votar, me había olvidado un poco de estos episodios y me entretuve para hablar con el cardenal Ravasi sobre el libro de Job. Durante la primera votación me di cuenta de que el peligro era realmente grave. En la segunda votación fui elegido.

¿Cómo se sintió en esos momentos, al escuchar su nombre pronunciado durante el recuento?

Recuerdo rezar el rosario y sentir una gran paz. Es una paz que me acompaña desde entonces hasta hoy.

¿Alguna vez había experimentado esa paz?

Cuando me hicieron obispo auxiliar sentí la misma paz.

¿Fue en esta ocasión cuando tuvo su primer encuentro con Juan Pablo II?

En realidad, no. Lo conocí en un momento oscuro de mi vida, cuando vino a Argentina por segunda vez, en 1987. Regresé de Alemania después de un período que pasé allí para escribir un doctorado sobre Romano Guardini y alejarme un poco del clima tenso en mi propia provincia religiosa. Creo que todo tiene su raíz en el hecho de que he tenido roles responsables desde que era joven. El año siguiente a mi ordenación fui nombrado maestro de novicios. De 1973 a 1980 fui provincial y de 1980 a 1986 fui rector del Colegio del Salvador, en Buenos Aires.

A veces he ejercido mi rol de responsabilidad con excesiva firmeza, pero era un momento difícil en Argentina. Ahora puedo hacer autocrítica, pero en ese momento hice lo que me dictaba la conciencia, y probablemente alguien lo vivió mal.

En ese momento difícil yo estaba en el colegio del Salvador, vivía allí. Entonces el nuncio me invitó a conocer al Papa, lo saludé y el nuncio dijo suavemente que era jesuita. Repitió en voz alta: «¡Ah, un jesuita!». Ese encuentro me conmovió mucho, fue un consuelo en un momento oscuro. Pero fue la única vez que lo encontré directamente antes de ser obispo.

¿Cómo se enteró de que había sido nombrado obispo auxiliar?

Estaba en Córdoba, era 1992. Me transfirieron allí el 16 de julio de 1990. Estuve en esa comunidad en el 91 y el 92, hasta mayo, cuando el nuncio me llamó y me dijo: «¿Puedes venir aquí?». «No, dije, no puedo, excelencia, no puedo moverme, sería una dificultad para mí». En el pasado, el Nuncio me había llamado dos, tres veces para saludarme o pedirme una consulta sobre una persona que conocía. Él dijo: «¿Pero puedes salir de la casa?» Le dije: «Sí, aquí en la ciudad, sí». Él respondió: «Hagamos una cosa, mañana tomaré el vuelo de Buenos Aires a Mendoza con una escala en Córdoba, me están esperando en el aeropuerto porque tengo que hacer algunas consultas». Fui al aeropuerto y, en su viaje de regreso desde Mendoza, se detuvo allí durante el tiempo de la escala y me mostró los papeles que me había dicho sobre pedir un consejo. En un momento escuchamos el aviso que anunciaba el vuelo a Buenos Aires y, por lo tanto, nos despedimos. En ese momento me dijo: «Ah, otra cosa, has sido nombrado auxiliar de Buenos Aires. El padre general dio su consentimiento». Yo solo respondí: «Está bien. ¿Y cuándo se hará público?». Él respondió: «Tal vez el día 20 o el 21». Le dije: «Está bien, gracias». En ese momento sentí la misma paz que sentí el día de mi elección como Papa.

Ya como obispo auxiliar, ¿tuvo la oportunidad de conocer al Papa Juan Pablo II?

Sí, cuando llegué al Sínodo sobre la vida consagrada en 1994. En ese momento fui nombrado vicario general por el cardenal Quarracino.

Se dice que fue él quien le quería como sucesor, ¿es cierto?

Sí, algunos lo sostienen. El nuncio me llamó el 3 de junio y me dijo: «¿Puedes venir a almorzar?». Almorzamos, y luego llegó un pastel y una botella de champán. Le pregunté: «¿Qué celebras? ¿El cumpleaños?». Él respondió: «No, no, celebremos que has sido nombrado obispo coadjutor» [obispo coadjutor es aquel obispo auxiliar que tiene derecho a sucesión en la sede de la que es auxiliar, N. del T.].

En el tiempo que vivió como arzobispo de Buenos Aires, ¿tuvo Su Santidad la oportunidad de intensificar su relación con Juan Pablo II?

Sí, tuve la oportunidad primero durante los Sínodos, pero también durante las visitas ad limina. Pero, sobre todo, recuerdo que, en 2001, cuando me hicieron cardenal, sentí un fuerte deseo, mientras estaba arrodillado para recibir el sombrero del cardenal, no solo de intercambiar el signo de la paz, sino de besar su mano. Alguien me criticó por este gesto, pero para mí fue espontáneo. Luego, el mismo año, en septiembre, hubo un ataque contra las Torres Gemelas en Nueva York, y el cardenal Egan, que era el principal orador del Sínodo, tuvo que regresar a la diócesis en octubre para conmemorar a las víctimas. Juan Pablo II me eligió como sustituto. El tema de la reflexión se refería precisamente a la figura del obispo. En esa ocasión tuve la oportunidad de reunirme con el Papa varias veces de manera oficial, pero también de almorzar con él y otros obispos.

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