¿Qué se espera del tercer encuentro que mantendrá el Papa Francisco con Putin?

La crisis de Ucrania, Oriente Medio y Venezuela, país en el que Rusia desempeña un papel fundamental, entre los temas que posiblemente se abordarán 

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Aunque se supone que el Papa Francisco ha comenzado sus vacaciones de verano, la primera semana de julio está llena de citas importantes. La que va a mantener con Vladimir Putin se produce un día antes del encuentro de Francisco con el máximo responsable de la Iglesia greco-católica ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, con quien tiene previsto hablar sobre la guerra de Ucrania, un conflicto que el Papa sigue muy de cerca. De hecho, hace pocos meses envió 16 millones de euros en ayuda humanitaria.

El secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin confirmaba esta semana que la reunión será una oportunidad para poner sobre la mesa cuestiones que preocupan a la Santa Sede, como la situación en Siria y el conflicto en la región oriental de Ucrania.

En su primer encuentro, en noviembre de 2013, el Papa y Putin conversaron sobre la posibilidad de impulsar una iniciativa de paz en Siria, donde la minoría cristiana sufría especialmente la guerra civil desde 2011. En 2015, un año después de que comenzara la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia, dedicaron cincuenta minutos a hablar sobre el conflicto de Ucrania.

Por eso, es más que probable que Ucrania vuelva a protagonizar las conversaciones en esta tercera cita.

Otro de los temas que está generando más expectativa es el posible viaje del Papa a Rusia. Hasta el momento ningún Papa ha puesto pies en este país. Hace cuatro semanas, el obispo metropolitano Hilarión –encargado de los asuntos exteriores del patriarcado ortodoxo de Moscú– adelantaba que ese posible viaje no estaba en la agenda de las relaciones bilaterales.

No olvidemos que en 2016 Francisco se reunió con Cirilo I, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, en territorio neutral: el aeropuerto de La Habana. Una reunión insólita. Jamás había ocurrido desde el Cisma de 1054 y marcó un nuevo comienzo tras casi mil años de enemistad entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rusa.

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