Día 2

'Infiltrado en la JMJ': Así es un día dentro de la JMJ de Panamá 2019

Caminar muchas horas, momentos de espiritualidad, de alegría, de bailar... un día en la JMJ de Panamá 2019

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Hay que vivir desde dentro la JMJ para entender lo especial que es un día en este evento. Mientras caminaba para ir a ver llegar al Papa a Panamá, un guatemalteco me decía: "La Iglesia tiene sus debilidades, ya que está sostenida por manos humanas. Pero esto... todo esto que ves a tu alrededor auí, no puede ser una casualidad. Tiene que haber algo".

De viaje hacia el canal de Panamá, a la salida que da al Oceano Pacífico, la vegetación imresiona. La panameña que nos lleva en su coche nos recuerda que estamos en una selva tropical. Y después de la excursión por esta impresionante obra de ingeniería -un joven me dice "esto demuestra de lo que es capaz el ser humano"- volvemos a la otra jungla: Panamá en la JMJ.

El parque del perdón

En Panamá se han instalado diferentes lugares para ue los peregrinos puedan encontrarse con Dios. Uno de ellos es el 'Parque del perdón', un espacio donde los jóvenes se agolpan en corrillos charlando y compartiendo o tomando  algo. Un poco más arriba, están localizados los cientos de confesionarios que han sido construidos por presos panameños. Esos, que más necesitan ser perdonados.

Miles de personas acuden al parque para pedir perdón por haber hecho daño a otras personas, con la voluntad de no querer hacerlo más y esperanzados de que se les perdone. "Es como quitarse un peso de encima, un alivio enorme... te quita esa presión en el pecho de no ser aceptado y querrido por tus fallos," me dice una joven 'tica' de Costa Rica.

La familia que me acoge no puede ser más hospitalaria, "aquí somos así con todo el mundo". Hasta el punto qque incluso nos incomodoa, por la incapacidaad de poder devolver la cantidad de favores que nos resuelven. Nos han hecho para comer arroz con pollo, plátano machacado y diiferentes 'jugos' que saben a gloria.

Llega el Papa

Y para bajar el soponcio de la comida, pues nos vvolvemos a patear Panamá en busca de un pequeño hueco donde poder ver y saludar al Papa Francisco a su llegada a la ciudad. Se respira la ilusión y esperanza en el ambiente. No es un jugador de fútbol, ni un artista famoso, ni un político... es un hombre bueno de 82  años que sonríe y nos pide que amemos hasta al enemmigo. Y le reciben como tal.

Ya de por sí hay mucho ruido cortando el ambiente caluroso y húmedo de Panamá, pero los decibelios se elevan notablemente con cada señal de que se acerca el Papa. Una sirena, un helicóptero, una moto... y estalla la locura.

Pero una locura de las  buenas. No son fanáticos, son personas con esperanza, alegría y mucho resspeto. El ambiente no puede ser mejor. Y por fin pasa el Papa. Rapidísimo. Pero a todos les ha valido la pena y se vuelven con una sonrisa a casa. A caminar más kilómetros todavía.

Para descnasar un poco el hinchazón en los pies, después de haber bailado con salvadoreños y colombianas, me invitan a 'algo bien rico' y una cerveza 'bien fría'. Ceviche de pulpo. Y efectivamente está bien rico. El restaurante está lleno de jóvenes mirando las noticias en la tele: solo aparece el Papa.

Y después de encontrarme con varios grupos de españoles, entro en la tienda del encuentro. Y me maravillo viendo el contraste entre los bailes y la euforia de fuera, y el respeto, el silencio y el regocijo de dentro de esta capilla de adoración permanente improvisada. Rezo por todos los que leéis esto y por fin, después de un día muy largo, vuelvo a casa. ¿O he estado en ella todo el rato?

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