Senderos de esperanza misionera en el convulso Mali

Las hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora prestan asistencia a más de mil mujeres y niños cada año en Mali. Mientras, esperan a la hermana 

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Huele a café recién hecho y a mermelada. Un aromita gustoso que se va expandiendo por los rincones de la casa y cautiva a todos aquellos que pasan por ella a primeras horas de la mañana. Justo después de la oración; justo antes de que comience la jornada de trabajo y clases para todos en Koulikoro (Mali), a una hora, minuto arriba o abajo, de la capital, Bamako.

El regusto de ese rico café colombiano se va haciendo parte del ambiente del comedor mientras las hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora planifican el día. Al mismo tiempo, la cadena internacional France 24 vuelve a informar de un nuevo enfrentamiento entre tribus en el centro del país y de un choque entre los grupos yihadistas que campan en el norte del país y los soldados de MINUSMA (Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali). Ver el telediario aquí es echarle un pulso al nudo del estómago, ser consciente de que hasta el mayor coraje de los valientes se diluiría viviendo cada día en Mali; por el invisible, pero existente, riesgo de secuestro, de atentado o agitación social inesperada.

Un país destartalado en el que la contaminación corroe las venas negras de un lugar sin infraestructuras sanitarias ni educativas, con un Estado ausente y un importante despliegue francés para tratar de estabilizar un país insostenible. Los informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lo sitúan en las últimas posiciones del ranking mundial, según el índice de desarrollo humano; por debajo incluso de países devastados como Afganistán o Yemen. A todo esto hay que sumar el terror sembrado en el norte, y la amenaza de que continúe expandiéndose por el país, del yihadismo más radical con Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) o el temido Al Murabitun (fundado por el pistolero Mojtar Belmojtar), entre otros. Sin olvidar los enfrentamientos armados entre comunidades o etnias que, según los expertos, dejan en lo que va de año más de 5.000 muertos. Para muchos, la primera guerra del cambio climático: tribus sedentarias y agricultoras como los dogón contra los nómadas y ganaderos peul o fulani, que cada vez cuentan con menos terreno donde pastar y, por ende, penetran en tierras dogón.

En este contexto, que amedrentaría a la mayoría y desmotivaría a otros tantos, estas religiosas franciscanas predican el bien y el amor al prójimo allá por donde van. En un país de inmensa mayoría musulmana, se han ido consagrando en los lugares donde actúan como una referencia social, sanitaria, educativa, pero sobre todo humana.

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“Nuestra misión aquí no es evangelizar a la población musulmana, sino traer el bien y la dignidad a las personas”, explicaba la hermana Janeth Aguirre mientras conducía la camioneta con la que recorre Koulikoro siempre en busca de tratos con gente del pueblo y la Administración para sacar los proyectos sociales franciscanos adelante.

A base de excelente talante, más respeto y aún mayor vocación, las hermanas Janeth, Gladys y Érica (estas dos últimas temporalmente en Koulikoro) ponen todo en orden para seguir prestando asistencia a más de mil personas anualmente en el pueblo. Asimismo dan trabajo en su plantilla a más de una veintena de excelentes profesionales musulmanes. No importa la religión sino el corazón; no pesan tanto las palabras como los actos.

Evangelio 15 octubre: Aprended de mí

 

Las hermanas coordinan un sinfín de actividades y servicios que desquiciarían al más hábil de los gestores. Desde un centro de promoción femenina, a otro multiprofesional y una sala de usos múltiples. Allí reciben a mujeres, niños y maridos, con formación humana y académica para todos. Bajo el respeto a los valores y los derechos humanos, por lo que las labores de sensibilización y concienciación previa son muy importantes.

Después, se busca otorgar a la mujer africana el papel que merece y demanda en la sociedad; a través de formación profesional avanzada y reconocida con títulos del Estado. Todo con el fin de lograr que emprendan o se organicen en cooperativas donde acaben siendo autosuficientes. Para esto, afortunadamente, cuentan con la financiación del Principado de Asturias, Medicus Mundi, Manos Unidas, la oenegé Franziskaner o los ayuntamientos de Gijón o Avilés.

Muy de vez en cuando pasa por aquí algún periodista descarriado interesado en su labor. Recuerdan con gran cariño al comunicador de COPE, Ángel Expósito. Mientas tanto, con la constancia y el tesón que les otorga su pasión y fe en Dios, las hermanas Franciscanas Misioneras siguen con su humilde vida en Mali, fuera del foco, haciendo el bien a los demás sin pedir nada a cambio; dando buena muestra de que la bondad humana reside en las pequeñas cosas que se hacen cuando nadie nos ve.

“Seguimos esperando a nuestra hermanita, rezamos cada día para que vuelva, pero llevamos meses sin saber de ella”, explicaba la hermana Janeth. Se refería a la religiosa Gloria Cecilia Narváez, quien después de 18 años en Mali fue secuestrada en la convulsa zona norte del Karangasso. Todo apunta al grupo salafista del Frente de Liberación Macina (FLM), quienes desde el 7 de febrero de 2017 retendrían a la hermana Gloria. Llegaron a pedir un rescate de un millón de euros y la liberación de presos yihadistas vinculados al FLM. Sin embargo, las negociaciones entre el grupo salafista, y los Estados de Mali, Francia y Colombia no fueron suficientes. Dos años y medios después siguen esperando a la hermana Gloria con los brazos abiertos, un rico café colombiano y una oración de bienvenida.

Senderos de esperanza misionera en el convulso Mali

 

“Nos equivocamos teniendo una idea de un Dios mágico que nos da lo que pedimos; él puede hacer que no perdamos la fe y la voluntad en lo que nos proponemos, pero tenemos que trabajar para conseguir lo que queremos”, zanjaba la hermana Gladys. Con esta idea de vida, estas hermanas continúan luchando día a día por el pueblo maliense sin hacer ruido, dejando un rastro de felicidad por donde pasan y convirtiendo en bondad y buen hacer todo lo que tocan en uno de los países más convulsos del mundo.

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