La dura vida del misionero: "Recuerdo con amargura cuando no había medicación para paliar el dolor de un niño"

La misionera comboniana Expedita Pérez nos cuenta la realidad del país africano 

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Expedita Pérez se encuentra en España estos días, donde ha asistido a la presentación en Madrid la Jornada de la Infancia Misionera, que se celebra este domingo 26 de enero, centrada en los menores migrantes. La comboniana canaria conoce muy de cerca la necesidad de ayudar a los más pequeños en países donde los recursos son muy escasos. No en vano ha permanecido durante ocho años en Sudán del Sur como misionera y otros siete en Egipto. Ahora le tocará propagar el Evangelio en Turquía. Un proyecto que, como nos ha confesado, le ilusiona enormemente.

Desde su juventud, Expedita Pérez era la encargada de activar todo tipo de campañas desde el centro misionero de Canarias, entre ellas la de la Santa Infancia, donde recorría las calles con los niños para contagiarles la alegría de Jesús. Una tarea que ha realizado también a lo largo de estos tres lustros en ambos países africanos, donde Expedita se dedicaba al acompañamiento de los niños en las guarderías y de las madres embarazadas.

Durante la presentación de la jornada, Expedita ha recordado con cariño la preparación de la campaña de la Infancia Misionera en el país sursudanés: “Yo intentaba motivar a los pequeños tratando de inculcarles que había otros niños que vivían en peores condiciones todavía que ellos. Un mensaje al que respondían bien, pese a los pocos recursos con los que contaban. Por ejemplo, acudían a la Iglesia andando, sin tomar el autobús, y ese dinero que se ahorraban lo metían en una hucha para compartirlo con los que menos tenían”.

Durante sus ocho años en Sudán del Sur, la comboniana ha vivido todo tipo de episodios. Entre ellos la historia de Noor, que desde Sudán del Norte llegó junto a su familia a Egipto como refugiado, al ser un país más seguro. Noor no era un chico cualquiera, ya que nació con los pies al revés: “Era un chico fuerte, con espíritu y sonriente. Jugaba al fútbol con los amigos. El problema llegaba a la hora de comprar zapatos, debido a su malformación. Su madre nos comentó que no podían operarle por su elevado coste, por lo que a través de las ayudas que recibimos de la Santa Infancia y otras campañas, pudimos garantizarle las cuatro operaciones”.

No menos sencilla han sido la vida de los hermanos Muna y Simón, también refugiados en Egipto. Su madre, tras ser abandonada por su marido, trabajaba todo el día limpiando casas. Sus hijos, mientras, permanecían en el sótano que encontraron para vivir, sin luz ni ventilación. Ambos, crecieron con deficiencia de calcio, lo que les provocaba fracturas en las rodillas que les impedía caminar: “Faltaban mucho a clase por este motivo. Conocimos la historia en profundidad a través de su madre, y gracias a las ayudas que obtuvimos, pudimos financiar sus operaciones para que tuvieran una vida más digna”, precisa Expedita.

Pero la experiencia más dura fue la que vivió Sucre. Su desconocimiento sobre el uso de un ascensor le jugó una mala pasada. Y es que justo cuando trataba de coger del suelo del dispositivo un paquete de patatas fritas, alguien llamó al ascensor, que subió llevándose consigo su brazo: “Tuvimos que trasladarle del hospital de Sudán del Sur a un centro de beneficiencia italiana donde trabajamos las hermanas combonianas, porque en el hospital estatal no podían administrarle morfina para paliar sus dolores. Recuerdo cómo saltaba de la cama por el dolor. Nos daba un vuelco al corazón aquello”.

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