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La lacra de la prostitución callejera y cómo superar un accidente de tráfico en 'Imparables'

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Tiempo de lectura: 4'Actualizado 02:22

'Imparables' ha conocido la realidad de dos barrios bien distintos pero que padecen la lacra de la prostitución en sus calles. Un problema que llevan sufriendo durante décadas, pero que la desidia de las administraciones públicas y la falta de regulación hace que la situación se esté yendo de las manos. Hablamos del barrio del Real de Melilla y de Las Ramblas de Barcelona. Hemos conocido cómo hacen frente los vecinos de ambos barrios a este problema que a muchos les trae de cabeza.

Las Ramblas de Barcelona, en pleno centro neurálgico de la ciudad, es uno de los paseos con mayor afluencia a nivel nacional, que cada año recibe un gran número de visitantes. A lo largo del recorrido del paseo, podemos encontrarnos edificios que son emblemas de la Ciudad Condal, como son el Palacio de la Virreina, el mercado de La Boquería y el teatro de El Liceo.

Pero esta belleza cultural que ofrece Las Ramblas, se está viendo empañado en los últimos años por unos mayores índices de delincuencia en sus calles, a lo que se suma el problema de la prostitución. Una lacra que se acentúa por las noches, cuando las terrazas echan el cierre. Pau es vecino de Las Ramblas desde hace muchos años. En 'Imparables', ha relatado cómo es el día a día del barrio: “Son mafias organizadas que campan a sus anchas, procedentes sobre todo de África y del Este de Europa. El problema no es solo la prostitución, ya que estas mujeres aprovechan también la coyuntura para robar. Especialmente las de origen africano. Es muy incómodo estar paseando con tu familia y ver cómo intentan entrar en tu casa o que te increpen, porque se lanzan encima tuya si hace falta. Es muy desagradable.”

El tráfico de drogas y los hurtos están muy presentes. Las víctimas suelen ser los transeúntes despistados: “También fuerzan la puerta de los portales para ejercer la prostitución dentro. Es constante ver en la entrada preservativos. Lo más triste es que al tratarse de bandas organizadas, muchas chicas están esclavizadas. No es solo la prostitución, sino lo que hay detrás, de quienes fuerzan a las mujeres a ejercer la prostitución. Algunas incluso son menores. Es muy triste.”

No están mejor las cosas en el Real, tradicionalmente uno de los barrios más cómodos de Melilla para residir. Dispone de todo tipo de comodidades: bares, terrazas o decenas de comercios. Sin embargo, desde hace varias décadas los vecinos conviven con la prostitución en sus calles. Un fenómeno que se remonta a la década de los años sesenta y que, lejos de menguar, no para de crecer. Las autoridades locales y la policía local esgrimen que no pueden poner fin a esta lacra, al tratarse de una actividad alegal. Pero lo cierto es que la paciencia de los vecinos se está agotando con el paso del tiempo.

Uno de los vecinos del Real, Jesús, afirma no obstante que las leyes locales les permite actuar: “La prostitución de Melilla es atípica, porque un alto porcentaje tanto de las mujeres que la ejercen como de sus clientes son de origen marroquí. Melilla tiene acuerdos con Marruecos por el que se prohíbe pernoctar en la ciudad sin visado, y lo que queremos los vecinos es que ese reglamento se cumpla, además de que se aplique la normativa de seguridad ciudadana por la que se castiga a quienes ejercen la prostitución en la vía pública.”

Recuperarse de un accidente de tráfico

Eran las cuatro de la madrugada de una noche de octubre del año 2017. Rodrigo circulaba por la A-42 camino a su casa. Había bebido mucho durante todo el día. Su estado de embriaguez le hizo perder casi todas sus capacidades para conducir. Se estaba jugando la vida. El casino era la carretera. La ruleta rusa, el volante. No estar en sus plenas facultades, hizo que acabara por colisionar su vehículo contra otro, para luego chocar contra el guardarraíl y dar varias vueltas de campana. El destino, solo el destino, quiso que Rodrigo siguiera entre nosotros. Estuvo varias semanas en coma inducido. Al despertar, no se podía creer lo que le estaba ocurriendo: “Las primeras sensaciones son de incredulidad y de no poder asimilar que lo que me ocurría era cierto. Estaba inmóvil, postrado en la cama. Te cambia la vida. La sensación fue muy amarga. Los primeros días estaba hundido, se me pasó por la cabeza incluso quitarme la vida.”

La vida de Juan José cambió radicalmente el dos de enero de 1993, cuando tenía 29 años. Hacía buen tiempo en Granada pese a la época del año. Por ello, Juan José y su novia, de 22 años y hoy su mujer, decidieron pasar la tarde en Motril, junto al mar. De camino a la costa en su motocicleta, eran ajenos a lo que les depararía el destino. Durante el trayecto, atravesaron una curva sin visibilidad, para justo después toparse con una carretera inundada de gasoil que había esparcido presumiblemente un vehículo pesado, dado a la cantidad de charco en la vía, que cubría la anchura de ambos carriles. Aquello provocó que la moto derrapara. Al no poder esquivarlo, Juan José salió despedido hacia los guardarraíles. El impacto hizo que perdiera una pierna de manera inmediata y, trece días después, los médicos tuvieron que amputarle la segunda pierna. Por fortuna, su novia tan solo sufrió fractura en la tibia y el peroné.

Desde ese momento, Juan José inició una lucha por sobrevivir. Tuvo que dejar a raíz del accidente su trabajo como repartidor y músico durante los fines de semana: “Emprendí una batalla que se prolongó durante once años, que fue el tiempo que tardé en adaptarme a la nueva vida.”

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