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La insufrible conversación de acoso a la que fue sometida una adolescente por parte de su expareja

Miriam sufrió varios episodios de violencia de género digital

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 17:39

El acoso informático, también conocido como ciberacoso, se ha convertido en una de las formas más peligrosas de persecución, entre otros motivos porque permite que se prolongue durante largos periodos de tiempo sin que la víctima se decida a pedir ayuda. Se trata de un fenómeno en el que los jóvenes son los principales afectados, al representar el mayor porcentaje de consumidores de redes sociales. Existen muchas maneras de ejercer esta presión por la red: mediante extorsiones, acoso sexual, violencia de género, campañas de difamación, amenazas con sacar a la luz determinadas informaciones de la víctima, etc.

Miriam, de 19 años, fue víctima de este acoso en la red. El ciberacosador era su pareja, con quien mantuvo una relación sentimental de un año y medio, cuando nuestra protagonista tenía 15 y 16 años. Su novio le sometía a maltrato psicológico. La relación comenzó a torcerse tan solo tres meses después de iniciarse: “Él era un año mayor que yo. De pequeño veía cómo su padre maltrataba a su madre, y al criarse en ese ambiente, pues la tomaba conmigo. Se enfadaba cuando bajaba con mis amigas, me decía que yo solo tenía que estar con él, me insultaba, me despreciaba, afirmaba que no valía para nada, solo para estar con otros chicos.” A ello se sumaban insultos más graves a través del Whassap, tales como “niñata”, “guarra”…

Un acoso que se extendía en las redes sociales, concretamente en Facebook. Le pedía explicaciones de por qué publicaba determinadas fotos: “En ese momento no era consciente. De hecho, había días que me controlaba el móvil, me pedía explicaciones de por qué hablaba con mis amigos varones... Era muy celoso.”

El colmo llegó cuando discutieron en el banco de un parque. Al tratar de abrazarle, el novio de Miriam rechazó su gesto de cariño y le empujó hasta tirarle al suelo. Fue lo más parecido al maltrato físico. Pese a todo, fue Miriam quien pidió perdón, al sentirse culpable de los enfados de su pareja. Cometió el mayor de los errores: culparse a sí misma. Pensar que algo estaba haciendo mal para que su novio le agrediera: “Yo estaba ciega. Más que enamorada de él, estaba obsesionada. Mi madre se dio cuenta y me prohibió verle. Incluso fue a pedir ayuda a la Asociación Stop Violencia de Género Digital. Me llevó engañada, porque yo no quería dejarle.”

Pese a las instrucciones de la madre, Miriam cometía locuras para estar con su chico: “Mi madre por ejemplo tenía en su móvil un GPS asociado al mío para localizarme. Por eso, dejé el móvil a una amiga de mi barrio para que mi madre se pensara que estaba en la zona, pese a que realmente me iba a su casa. Ella se acabó enterando.”

La madre de Miriam se dio cuenta de lo que ocurría a su hija, ya que cada noche escuchaba sus llantos y sollozos en la soledad de su habitación: “Me oía llorar, y mis amigas también contaban las cosas. Yo, al estar ciega, decía que mi madre estaba loca.”

Fue en aquellos duros momentos, en los que Miriam no entraba en razón, cuando su madre decidió coger el toro por los cuernos, y demandar ayuda a la asociación: “Mi madre me decía que íbamos al psicólogo, ya que yo también estaba mal por la muerte de mi perrita. Pero cuando vi que se trataba de una asociación que atendía casos de violencia de género, me quería ir. Con el paso del tiempo me abrieron los ojos. Pero al principio lloraba. Poco a poco me fui soltando y abriendo. En la asociación me asesoraban, me comentaban que estaba siendo víctima de un acoso. Me pusieron el caso de otras chicas, y comprobé que era cierto.”

Su novio no reaccionó muy bien cuando conoció que su todavía pareja se había puesto manos de una psicóloga: “No entendía el daño que me estaba haciendo. Lo tenía interiorizado desde pequeño. Cuando yo lo hablaba con sus amigos, ellos me comentaban que era buen chaval, y yo les respondía que era buena gente con ellos, pero conmigo se comportaba de una manera bien distinta.”

El día que Miriam dio el paso de cortar la relación, fue duro: “Lo dejé yo. Se puso a llorar, porque decía que no me quería perder. Cuando lo hice ya no me costó tanto, porque la terapia estaba avanzada y ya había abierto los ojos.”

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