Una de las cuestiones de fondo que el Papa está desgranando a lo largo de sus intervenciones en Canadá es la de la relación entre evangelización, cultura y libertad. El primer Papa llegado de América podía hablar con un acento especial a las poblaciones indígenas canadienses de Nuestra Señora de Guadalupe, que en medio del drama que supuso la conquista, fue “la que transmitió la recta fe a los indígenas, hablando su lengua y vistiendo sus trajes, sin violencia y sin imposiciones”. A continuación, Francisco les habló de cómo los misioneros trajeron la imprenta, y se preocuparon de publicar las primeras gramáticas y catecismos en lenguas indígenas. Todo esto lo ha dicho el Papa evocando a los misioneros españoles de los siglos XVI y XVII, lo digo por aquellos que repiten la estupidez de que Francisco desprecia a España.

La fe, cuando echa raíces, no arrasa las culturas, al contrario, las preserva y purifica. Ayer, a orillas del Lago Santa Ana, lugar de peregrinación de los indígenas canadienses, el Papa dijo que esa “inculturación materna” se realizó en aquellas tierras del norte “por obra de santa Ana”, y unió la belleza de las tradiciones indígenas y de la fe, y las plasmó con la sabiduría de una abuela, que es dos veces madre.

Parte de la herencia dolorosa que el Papa está afrontando estos días nace de haber impedido a las abuelas indígenas transmitir la fe en su lengua y en su cultura, ¡qué gran error! Francisco concluía recordando que la Iglesia es mujer, es madre, así es como la quiere su Señor. Ayer, a orillas del Lago Santa Ana, en Canadá, se reprodujo la escena del Evangelio en la que Jesús, junto al Lago de Galilea, anunció el Reino de Dios a gentes de toda condición. Es la misma historia, que ya no se interrumpe hasta el final.