En uno de los capítulos de la serie de televisión Black Mirror, una de los mejores series que se han emitido en las plataformas de pago en los últimos años se cuenta la historia de una madre que decide instalarle un chip a su hija en la cabeza. La madre tiene miedo de los peligros que su hija afronta y quiere saber siempre dónde está. El chip la localiza y le evita a la niña situaciones que le pueden alterar. La vida personal, social y política esta cada vez más afectada por un síndrome como el de la madre de la serie. Si pudiéramos recurririamos al implante de chips porque todos estamos bajo el “síndrome de la ciudad asediada”. La inseguridad quizás sea uno de los rasgos más característicos de este tiempo. Muchas de las indentidades, regionales, políticas, existenciales, que se afirman con estrépito esconden muchas inseguridades, muchos miedos. Cuando se sufre el síndrome de la ciudad asediada todo lo que sucede se interpreta como ataque de un enemigo que está a las puertas. Todos los temores tienen su origen en que el huerto que se quiere proteger está deshabitado, vacío, solo quedan sombras de lo que fue. El “síndrome de la ciudad asediada elimina la complejidad, mira a través de estereotipos, todo tiende a considerarlo una ofensa. Cuando las identidades son realmente maduras crean ciudades abiertas, no dominadas por el miedo.