La foto que me ha llamado la atención la publica hoy La Vanguardia. Es la imagen de una pareja joven, retratado en una habitación muy modesta, quizás sea una cabaña. La pared de fondo, desde luego, es de maderos blancos, tablones que dejan pasar el aire. Esa pared está decorada con personajes clásicos de los dibujos animados, con una casa de muñecas y con un espejo. Delante de la pared blanca hay una cama con una colcha rosa estampada con corazones y símbolos de la paz. En la cama está el chico, un hombre en bañador, joven, calvo, con un mando en la televisión en la mano. Y así casi desnudo, esta entregado, confiado. A su lado, en una silla, la chica. Muy joven. Con una gran tripa desnuda, que el embarazo está muy avanzado, quizás cerca ya el parto.

Me parece adivinar que en la cara de la chica hay satisfacción, me parece adivinarlo en el modo en el que posa ante la cámara, parece que incluso en su cara hay orgullo. Satisfacción por su casita, por tener a su hombre al lado, por tener un bebito a punto de nacer. Parece adivinarse que se siente una reina.

La foto es de Catalina Martín-Chico y se ha elegido como una de las seis mejores imágenes que puede convertirse en la mejor del año según el World Prees Photo. Catalina ha querido contar con este retrato la historia de las guerrilleras de la FARC. Los dos chicos del retrato anduvieron por las selvas con un fusil al hombro, eran del partido de la muerte. Ahora, después de los acuerdos de paz, han rehecho su vida. Y ellas, por fín, pueden llevar bebitos en la tripa. Porque a las chicas de la foto, las chicas de la selva y el fusil, las chicas del partido de la muerte y del partido del odio cuando se quedaban embarazadas las hacían abortar una, dos, hasta siete veces en algunos casos. Y ahora cuando tienen una casa aunque sea de tablas, y cuando pueden ver la tele con su hombre, como una familia normal, muchas de ellas se han quedado embarazadas y presumen de ello. Les gustan enseñar sus tripas gordas, redondas, a veces señaladas con una piecito que no ha tocado todavía suelo. Porque la muerte llama a la muerte y la vida llama a la vida. La vida pide más vida. Y dentro de unos meses habrá un bebito gateando por la cabaña, por casa de tablas. No se su nombre, pero se llama esperanza.