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4ª CORRIDAS GENERALES

Un fiasco de Núñez del Cuvillo arruina la tarde en Bilbao

Enrique Ponce y Andrés Roca saludaron sendas ovaciones en una tarde decepcionante.

Enrique Ponce observando a su primer toro de Cuvillo echado sobre el ruedo de la plaza de Bilbao

 Enrique Ponce observando a su primer toro de Cuvillo echado sobre el ruedo de la plaza de BilbaoEFE

Agencia EFEPaco Aguado

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 22 ago 2018

El fiasco que supuso la absoluta y desesperante falta de raza y fuerzas de los toros de Cuvillo arruinó el resultado de la corrida de hoy en Bilbao, en la que uno de los carteles estelares del abono consiguió que se registrara la primera gran entrada de público a los tendidos del coso de Vista Alegre.

A la hora del paseíllo, con Enrique Ponce, José María Manzanares y Roca Rey al frente de las cuadrillas, la plaza presentaba un aspecto inmejorable, con esa luz tamizada que la ilumina de sol a la hora de la corrida y con los tendidos casi colmados de un público expectante y deseoso de espectáculo.

En todo caso, esa gran entrada, con aproximadamente 12.000 personas pasando por la taquilla, acabó siendo la única buena noticia de la tarde, especialmente ahora que desde ciertas instancias políticas locales se está poniendo en duda la verdadera fuerza de la tauromaquia en la ciudad y la rentabilidad de la propia plaza de propiedad pública.

Pero con eso demostrado ya de antemano, el festejo resultó todo un fiasco desde que el primero de la tarde, un torillo terciado que "se tapaba" detrás de dos aparatosos pitones, tuvo que ser devuelto a los corrales por su patente debilidad, afligido ya en los primeros capotazos de Enrique Ponce.

Y el guión aún se mantuvo invariable con el sobrero, que se quedó echado largo rato sin poder levantarse de la arena, después de que el valenciano lo tirara intentando evitar uno de sus cabezazos de protesta al esfuerzo.

Luego Manzanares, falto de pulso, apenas pudo sujetar tampoco al segundo, que salió ya tambaleándose por chiqueros, mientras que, para rematar la aciaga tarde, el quinto y el sexto acabaron rajándose tarde o temprano y descaradamente sin que ni Manzanares ni Roca Rey consiguieran evitarlo.

Es decir, ni al principio ni al final sucedió nada relevante ni mínimamente lucido en una corrida que solo tuvo cierta miga en su ecuador, durante la lidia de los toros tercero y cuarto, que fueron los que, a falta de raza, al menos se sostuvieron en pie y siguieron con algo de celo y durante más tiempo las muletas que tuvieron delante.

La faena de Roca Rey a ese primero de su lote tuvo como mayor virtud la de evitar que el de Cuvillo se fuera al suelo más veces que esa única que sucedió en el inapropiado inicio por alto que le planteó el peruano.

Pero de ahí en adelante el joven espada trasteó animoso con el animal, siempre a base de medios pases empalmados desde la pala del pitón que la gente agradeció con generosidad, tratándose del torero de moda de la temporada.

Pero muestra de la escasa huella de su toreo fue el hecho de que, tras un pinchazo previo a la estocada, todo lo hecho y aplaudido no sirvió siquiera para que asomara algún pañuelo en el tendido.

Como tampoco tuvo calado la faena de Ponce al cuarto, que fue el toro de más duración de la corrida, básicamente porque el veterano diestro valenciano ni le apretó ni se apretó con él en ninguno de los muletazos de una faena liviana, vistosa y adornada con cierta compostura.

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Lo único realmente emotivo y entregado de la tarde fue la gallarda ejecución con que Ponce cobró una estocada que, por colocación, no fue lo suficientemente contundente para ameritar la entrega de la que hubiera sido una más que probable oreja del mismo escaso peso que la faena. Y que, desde luego, no hubiera servido para ocultar el tremendo fiasco que supuso la tarde.


FICHA DEL FESTEJO 

Bilbao, martes 21 de agosto de 2018. 4ª de Feria. Más de tres cuartos.

Toros de Núñez del Cuvillo (el 1º, sobrero de un titular devuelto por inválido), de aparatosas y muy astifinas arboladuras, bajos de agujas y de finas hechuras en general. La totalidad del encierro tuvo una acusada falta de raza y de fuerzas, lo que propició un juego vacío e intrascendente, a pesar de que alguno resultara manejable.

Enrique Ponce, silencio y ovación tras aviso.

José María Manzanares, silencio y silencio.

Andrés Roca Rey, ovación tras aviso y silencio.

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