Era sólo una cuestión de tiempo. Haber renegado de la cultura clásica en los planes de estudio y defenestrar las disciplinas humanísticas tendría necesariamente consecuencias. Si somos el resultado de más de dos mil años de cultura, minar los pilares debía notarse. Los alumnos llegan a la universidad con una vaga noción de quién era Cicerón – en el mejor de los casos-, e incrédulos respecto a cómo alguien que vivió hace más de dos mil años podría ayudarles en su vida personal y profesional. Lo mismo ocurre con Aristóteles. ‘Retórica’ y ‘oratoria’ suenan a viejo, inútil y, seguramente, difícil; pero ‘habilidades de comunicación’, ‘técnicas de persuasión’ o ‘cómo hablar en público’ se muestran como contenidos innovadores, prácticos y, a buen seguro, amenos. Produce una extraordinaria pereza escuchar hablar a la mayor parte de los políticos españoles; pero los medios de comunicación coinciden en calificar de ‘buenos o grandes oradores’ a algunos de ellos. Ignoran, quizá, lo que Cicerón confesaba a Marco Bruto sobre el ideal de orador: “Nunca”, dirás, “existió uno así”. Ni siquiera él. Pero lo más desalentador es que lo que eran artes elevadas hoy han sido suplantadas por manuales de autoayuda en librerías de aeropuerto.

El periodista y crítico inglés, Sam Leith, vuelve a los clásicos en el libro ‘¿Me hablas a mí? La retórica desde Aristóteles a Obama’. Se trata de un texto divulgativo que ayuda a acercarse a lo esencial de la retórica y de la oratoria. Con un estilo periodístico y un lenguaje sencillo explica las cinco partes de la primera y las tres ramas de la segunda. La cantidad de ejemplos - en la que se mezclan desde Churchill hasta Lisa Simpson, pasando por Obama-, unida a un notable sentido del humor convierten la obra en una excusa perfecta para aprender lo que no fue enseñado en los centros educativos; para saber hacer lo que hacemos cada día sin saber; y para distinguir al orador del charlatán.