Audiencia extraordinaria del sábado, 30 de abril de 2016

Francisco pide crear espacios de reconciliación

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Muchos han sido los peregrinos que han asistido a la Audiencia extraordinaria del Papa Francisco en este último día de abril, dentro de las catequesis que imparte con ocasión del Año Santo de la Misericordia. El Pontífice ha reflexionado en esta ocasión sobre el sentido de la Reconciliación. Por último ha saludado y resumido sus palabras en los diversos idiomas, especialmente alas Fuerzas Armadas de Italia, allí presentes para celebrar su Jubileo. El Padrenuestro y la Bendición Apostólica han sido la conclusión de la Audiencia. Estas fueron sus palabras: Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy deseo reflexionar con ustedes sobre un aspecto importante de la misericordia: la reconciliación. Dios no ha dejado jamás de ofrecer su perdón a los hombres: su misericordia se ha manifestado de generación en generación. Muchas veces pensamos que nuestros pecados alejan al Señor de nosotros: en realidad, pecando, nosotros nos alejamos de Él, pero Él, viéndonos en el peligro, con mayor razón nos viene a buscar. Dios no se conforma jamás con la posibilidad que una persona permanezca extraña a su amor, pero a cambio de encontrar en ella algún signo de arrepentimiento por el mal realizado. Sólo con nuestras fuerzas no lograremos reconciliarnos con Dios. El pecado es de verdad una expresión de rechazo a su amor, con la consecuencia de cerrarnos en nosotros mismos, iludiéndonos de encontrar mayor libertad y autonomía. Pero lejos de Dios no tenemos más una meta, y de peregrinos en este mundo nos hacemos “errantes”. Un modo común de decir es que, cuando pecamos, nosotros “le damos la espalda a Dios”. Es justamente así, el pecador ve solo a sí mismo y pretende de este modo ser autosuficiente; por eso, el pecado aumenta siempre más la distancia entre nosotros y Dios, y esto se puede convertir en un abismo. A pesar de ello, Jesús viene a buscarnos como buen pastor que no está contento hasta cuando no ha encontrado la oveja perdida, como leemos en el Evangelio (Cfr. Lc 15,4-6). Él reconstruye el puente que nos une al Padre y nos permite reencontrar la dignidad de hijos. Con el sacrificio de su vida nos ha reconciliado con el Padre y nos ha donado la vida eterna (Cfr. Jn 10,15). «¡Déjense reconciliar con Dios!» (2 Cor 5,20) - «¡Dejémonos reconciliar con Dios!» -: el grito que el apóstol Pablo dirige a los primeros cristianos de Corinto, hoy con la misma fuerza y convicción vale para todos nosotros. ¡Dejémonos reconciliar con Dios! Este Jubileo de la Misericordia es un tiempo de reconciliación para todos. Tantas personas quisieran reconciliarse con Dios pero no saben cómo hacerlo, o no se sienten dignos, o no quieren admitirlo ni siquiera a sí mismos. La comunidad cristiana puede y debe favorecer el regreso sincero a Dios de cuantos sienten su nostalgia. Sobre todo cuantos realizan el «ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18) están llamados a ser instrumentos dóciles del Espíritu Santo para que ahí donde ha abundado el pecado pueda sobre abundar la misericordia de Dios (Cfr. Rom 5,20). ¡Ninguno permanezca alejado de Dios a causa de obstáculos puestos por los hombres! Y esto es válido, esto vale también – y lo digo enfatizándolo – a los confesores, es válido para ellos: por favor, no pongan obstáculos a las personas que quieren reconciliarse con Dios. ¡El confesor debe ser un padre! ¡Está en lugar de Dios Padre! El confesor debe acoger a las personas que van a él para reconciliarse con Dios y ayudarlos en el camino de esta reconciliación que está haciendo. Es un ministerio tan bello: no es una sala de torturas ni un interrogatorio, no, es el Padre quien recibe, Dios Padre, Jesús, que recibe y acoge a esta persona y perdona. ¡Dejémonos reconciliar con Dios! ¡Todos nosotros! Este Año Santo sea el tiempo favorable para redescubrir la necesidad de la ternura y de la cercanía del Padre y para regresar a Él con todo el corazón. Tener la experiencia de la reconciliación con Dios permite descubrir la necesidad de otras formas de reconciliación: en las familias, en las relaciones interpersonales, en las comunidades eclesiales, como también en las relaciones sociales e internacionales. Alguno me decía, los días pasados, que en el mundo existen más enemigos que amigos, y creo que tiene razón. Pero no, hagamos puentes de reconciliación también entre nosotros, comenzando por la misma familia. Cuantos hermanos han discutido y se han alejado solamente por la herencia. Pero mira, ¡esto no es así! ¡Este Año es el año de la reconciliación, con Dios y entre nosotros! La reconciliación de hecho es también un servicio a la paz, al reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, a la solidaridad y a la acogida de todos. Aceptemos, por lo tanto, la invitación a dejarnos reconciliar con Dios, para convertirnos en nuevas creaturas y poder irradiar su misericordia en medio a los hermanos, en medio a la gente. Tras su reflexión dirigió unas palabras a las Fuerzas Armadas y de Policía, llegados a Roma en ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. “Las fuerzas del orden, les dijo, tienen la misión de garantizar una ambiente seguro para que todo ciudadano pueda vivir en paz y serenidad”. “¡Sean instrumento de reconciliación, constructores de puentes y sembradores de paz!” en los diversos ámbitos en donde obran, los invitó el Santo Padre. “Ustedes están llamados no sólo a prevenir, gestionar o poner fin a conflictos, sino también a contribuir en la construcción de un orden fundado en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”, – prosiguió citando la Encíclica Pacem in terris de Juan XXIII.

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