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'Con basket sí hay paraíso'

"LA VERDAD" QUE HIZO GRANDE A LA NBA

Paul Pierce NBA

Jordi Jiménez

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 21:37

Hay jugadores que hacen más valiosos los triunfos, y Paul Pierce era uno de ellos. Hay jugadores que hacen más valioso cada punto que se consigue, por clase, por tenacidad, por carácter, y Paul Pierce era uno de ellos. Hay jugadores que te hacen querer su camiseta, que te hacen respirar verde aun sin ser hincha de los Celtics, o que te encienden y te hacen desear que desaparezca.

Tanto si le tienes con los tuyos o en contra, no hay indiferencia. A Pierce le amas o le odias, pero no es un odio visceral no hemos de confundirnos, no es ese odio insano que nace de la profunda mezquindad del egoísmo que todos tenemos dentro, es otra cosa, no deberíamos llamarlo odio porque ese sentimiento no alberga ninguna nobleza, y la rivalidad sí la tiene. Llamémoslo respeto a un rival terrible, alguien que no se movía en la complacencia, ni en la indolencia ni en la indiferencia.

En 82 partidos más unos cuantos de playoff durante tantos años, puedes tener días buenos, regulares y también malos, pero no ibas a ver indolencia en Pierce. Un competidor nato, una raza de jugador que ha hecho grande el baloncesto NBA durante todos estos años, porque cada punto suyo fue con la intención de competir. 

Pierce estaba más forjado por el acero que por la seda, un trabajador nato lleno de talento, pero un jugador con gran ánimo para hacerse mejor, para ser determinante. Pierce era el hombre elegido para cada bola caliente, para tomar la mejor elección y principalmente anotar los puntos de partido, para defender a la estrella rival. Con Pierce no había siesta, trabajador y gran defensor, podía no resultar explosivo en apariencia pero pocos como él para sacar ventaja en el cuerpo a cuerpo. Pierce además de consumado tirador, de muñeca fría en los mmentos calientes, era ese jugador que escala hacia el aro sobre los salientes de su rival. Lo que hoy vemos por cierto en el pequeño Isaiah Thomas, esa pequeña gran y nueva estrella de un equipo como Boston que había estado huérfano de super clases desde la marcha del Big Four, y luego Big Three, es decir: Rondo, Allen, Pierce y Garnett( luego se descolgaría Ray Allen).

Pierce, Rondo y Garnett formaron ese gran trío de competidores apoyados por la clase y los puntos de Allen, que dio una estructura metálica a un equipo no sobrado de talento pero cargado de competitividad, y que arrebataron el anillo a los Lakers de Kobe y Pau Gasol en el primer intento de Pau por el título (después llegaría la venganza). Todo era resonancia metálica en aquel infierno verde que conquistó el último anillo Celtic, y si la figura de Garnett atemorizaba, sabías que tras el rostro algo más amable de Pierce se encondía el hombre que podía arrebatar el anillo a los Lakers.

Pierce no podía ser una figura de seda habiendo tenido que emigrar de LA a la ciudad del eterno rival para hacer carrera, algo que debieron recordarle durante muchos años, no podía ser alguien blando habiendo sobrevivido a once puñaladas en un bar. Pierce era metal puro, y un jugador que hace de la competición algo más apreciado, porque cada palmo de terreno conquistado se había conseguido con sudor y barro, no había puntos fáciles ante Pierce, y ése es el mejor legado que un grande puede dejar, es la huella de los jugadores que han hecho de la NBA una liga llena de imágenes, de instantes, de sensaciones. "La verdad", como era conocido Pierce  fue un jugador ídem, de verdad, con un propósito, de una teatralidad competitiva, no ornamental. La verdad del juego sigue ahí, en esa forma de competir, y ése es su mejor legado. 

Paul Pierce ha puesto punto y final a 19 años de carrera NBA esta semana en su ciudad, con la camiseta de los Clippers, la gran noticia de la eliminación de los Clippers incluso no fue el enésimo fracaso de la franquicia angelina en el playoff; esos minutos de séptimo partido ante Utah Jazz eran los últimos del eterno 34 de los Boston Celtics en la NBA aunque fueran en otro pabellón, otra ciudad y con otra camiseta. A los Clippers había llegado para jugar sus últimos partidos junto al técnico con el que fue campeón, Doc Rivers. Pierce se despidió como jugador en su ciudad.

Pierce eclipsaba la mayúscula decepción angelina de no pasar de primera ronda, estábamos ante un momento grande, no hubo alharacas, no hubo fanfarria, esta vez no hubo al menos de manera televisada la gloria que merecía la retirada de unos de los grandes de los últimos años, pero daba igual, al fin y al cabo, Pierce nunca fue un poeta, fue un recitador de prosa, un narrador de historias de coraje y trabajo. Y su despedida será donde corresponde. Su 34 será izado en el Garden, y él mirará hacia arriba como un orgulloso verde mientras sus lágrimas preguntan si este día tienen permiso para mostrarse.

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