Por tercera vez en la última semana, el llamado Estado Islámico ha mostrado cuáles son sus señas de identidad. Tras los brutales atentados terroristas del aeropuerto de Estambul y del restaurante en Daca, la capital de Bangladesh, el terror que no cesa ha provocado ahora una matanza en Bagdad.  La sinrazón de la barbarie del DAESH no necesita razón para atentar. Los terroristas actúan siempre que les es posible y allí donde entienden que pueden hacer más daño, bien cuantitativamente o bien por el valor simbólico del lugar en el que atacan. Conviene no obstante recordar que, siendo cierta y global la amenaza, la respuesta solidaria con todas las víctimas será tanto más eficaz cuanto más global y coordinada, y cuanto mejor entendamos el porqué de cada atentado. El nuevo ataque en Bagdad trata de demostrar que, a pesar de los duros reveses sufridos últimamente en Irak y Siria, el llamado Estado Islámico sigue muy vivo y operativo.  En esta ocasión han atentado de nuevo en pleno mes del Ramadán y en una zona frecuentada por chiíes, “los renegados” como les llama el DAESH en su nota de reivindicación del atentado. En este terreno, los esfuerzos de Occidente son tan necesarios como insuficientes. Se hace más necesaria que nunca una respuesta firme del mundo musulmán, en especial de los países musulmanes de Oriente Medio. Una respuesta que podría pasar por la creación de una alianza islámica, capaz de combatir ideológica y militarmente al terrorismo yihadista, y que, desgraciadamente, a día de hoy todavía es una utopía.