Voltaire dijo acerca de Dios que “Dios no existe, pero no se lo digáis a mi criado, no sea que me asesine durante la noche”. La Fe, ese concepto colectivo e individual, subjetivo y manipulable, blanco o negro de iras y principio y final de todas las penas del mundo. El Córdoba ha recuperado la Fe. O, al menos, esa sensación da cuando uno lo ve jugar desde que Luis Carrión ocupa su banquillo. Suele pasar que cuando un puñado de profesionales se pertrechan de la fe y a ella le suman corazón y pulmones (por no decir cojones, que ya lo he dicho también) los resultados suelen ser el final de la ecuación. De los cuatro partidos que ha jugado este nuevo equipo ha ganado tres y se ha adelantado –jugando mejor que sus respectivos rivales- en todos ellos. Con una media sonrisa, la que nos deja mirar una clasificación que deja tan lejos o tan cerca del play-off como se quiera ver, terminamos en lo que se refiere a la Liga el año 2016. Una tibia plenitud –menudo oxímoron- que puede convertirse en indisimulada alegría si mañana mismo en La Rosaleda el 2-0 de la ida se hace buenísimo y nos lleva a unos octavos de Copa en los que, si el bombo es agradecido, nos puede deparar dos encuentros para la historia. Todo va y viene con la Fe. Con la suya y con la de quienes trabajan para el Córdoba. También para la nuestra, para la de los medios, que a veces tecleamos o empleamos nuestros minutos de radio desde el corazón más que desde la cabeza, pero que siempre –créanme- deseamos que los años terminen cuanto más felices mejor para el club que también consideramos en parte nuestro. Esto de la fe sirva para referirme a lo deportivo. De los números, de lo que el próximo jueves se dirima en la Junta General mejor nos ceñimos –cuando nos tengamos que ceñir- a las frías cifras. Frías pero, ya hablaremos de ellas, no siempre exactas por mucho que los números y las matemáticas vayan de eso.