En su día, periodistas como Vicente Zabala también entrevistaban a los toreros antes de hacer el paseíllo. Sí, eso que ahora parece tan irreverente. Respeto al torero. Por supuesto. No seré yo quien diga si se tienen o no que hacer. Pero el asunto no es ese. ¿Recuerdan acaso alguna entrevista previa a la corrida de la última época? Si acaso algún comentario jocoso de Morante o la seriedad del recordado Fandiño. Y tampoco. Lo más atrevido que les dicen es “bienvenido”. Como si la plaza fuese suya.
Antes, periodistas como Vicente Zabala –remarco lo de periodistas- aprovechaban la coyuntura para tratar de darle a aquello la categoría de entrevista. A don Ángel Peralta le preguntaba cinco minutos antes de salir a rejonear en Las Ventas si eran ciertos los rumores de que había sufrido dos infartos. A Rafael de Paula le sonsacaba, antes de matar una de Victorino en Madrid, si iba a ser tarde de escándalo, en todos los sentidos. Paula le decía que por supuesto. Aquello dejaba huella. Creaba escuela.
Ya que lo haces, hazlo bien. Que sirva de algo. Porque para decirle bienvenido y suerte ahórrese el mal trago de interrumpir el rito de liarse el capote y de pasar fatigas recordándole si han hecho o no los deberes. En fin, somos herederos de aquellos, pero las prácticas se han devaluado. Aquellos sí que daban palos. Ahora alguien habla mal de uno y parece que se deben dinero o que se tienen que currar a hostias a la salida de la plaza, cuando no dentro.
El periodismo taurino se ha convertido en una secta de aduladores que solo buscan el beneplácito del “retuit” y el besamanos del torero en el callejón. El periodismo taurino debe contar lo que pasa. Ni más ni menos. Honrosas excepciones hay que siguen el patrón primigenio. El problema es que muchos de los que no son aduladores no tienen ni la más remota idea de toros. Para ir a ver los toros no hace falta haber leído a José María de Cossío ni saber quién era Cúchares, pero para dar lecciones… Amigo, primero aprende; después, predica.
Que tengamos una gran temporada y que pase lo que tenga que pasar. Que embistan los toros y que se los pasen por la faja los de oro. Así, seguro que todos salimos contentos. Casi todos.