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SOCIEDAD ANIMALES (Crónica)

Zaragoza pide perdón a su osa Nicolasa y al resto de animales de su minizoo

Pablo Sebastián Segura

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 10:24

Pablo Sebastián Segura

El Parque Bruil de Zaragoza acogió desde 1965 un minizoo que se convirtió en pesadilla para decenas de animales, que malvivieron enjaulados y sufriendo todo tipo de "animaladas" por parte de sus 'hermanos' bípedos. Ahora una placa recuerda esa tortura para que no vuelva a suceder.

La última en abandonar ese minizoo de los horrores fue la osa Nicolasa, que continuó enjaulada, sola y tuerta, víctima de una perdigonada, hasta 1984, cuando fue trasladada.

Hasta entonces, los diferentes ejemplares cautivos en el Parque Bruil -leones, pavos reales, zorros, monos y jabalíes- fueron muriendo uno a uno víctimas de las pésimas condiciones y la falta de cuidados en algunos casos -no había vacunas, ni se desparasitaban, ni se controlaba correctamente su alimentación, ni disponían del espacio adecuado- y del salvajismo en otros muchos.

La primera víctima en llegar a tan infame lugar fue Zara, una cachorra de león que fue presentada en sociedad por todo lo alto en unas Fiestas del Pilar, explica el veterinario clínico Alberto Cortés, quien se hizo cargo de Nicolasa en sus últimos años en el parque.

Y de ahí el resto de ejemplares, que iban muriendo cautivos en condiciones pésimas o en circunstancias aún menos agradables, como un león que fue quemado vivo o un jabalí con el que se organizó una batida después de que aumentara de tamaño y ya no cupiera en su jaula y que terminó sirviendo de alimento a los ancianos de la Casa de Amparo.

Juan y Nicolasa eran la pareja de osos pardos, que podrían haber criado por lo menos otros diez osos, según Cortes, pero el reducido espacio provocaba que el macho acabara matando a sus cachorros cada vez que nacían.

Cree que a Juan lo envenenaron y, por tanto, Nicolasa tuvo el dudoso honor de ser el último animal que malvivió en soledad en el Parque Bruil, aproximadamente cuatro años más.

Tuerta tras recibir una perdigonada en un ojo de un salvaje y miedosa por todo y por todos -era habitual que les tiraran piedras, colillas o petardos-, deambulaba en una jaula de 4 por 3 metros en la que únicamente contaba con un agujero lleno de agua para lavarse.

"Todo lo que podía hacer era dar vueltas", lamenta.

"Psíquicamente estaba destrozada" después de todas las calamidades que le hicieron pasar y "todo le enganchaba", sin discriminar la buena o mala voluntad del humano que se le acercara, señala.

Cortés se ofreció a colaborar en lo que quedaba del minizoo con una intención clara: llevarse a Nicolasa de allí. Y el Ayuntamiento de Zaragoza le dejó porque su ofrecimiento fue gratuito, ya que toda la atención que recibía procedía del responsable de jardines del parque y de veterinarios funcionarios, sin ningún coste extra.

De hecho, propuso aumentar el espacio del que disponía la malograda osa tirando tabiques y uniendo su jaula con otras tres que tenía a ambos lados, pero la respuesta siempre era "no, no y no" porque había que pedir presupuesto.

El relato, que hoy escandalizaría a cualquiera con un mínimo de empatía, algo que por lo visto no abundaba entre quienes gestionaban el Consistorio zaragozano entre los años sesenta y 1984, desgraciadamente no sorprende al veterinario, que trabajó también en el antiguo safari Rioleón y vio cómo personas llegaban a matar a un elefante con cacahuetes rellenos de alfileres, por ejemplo.

Tras un acuerdo entre el Ayuntamiento de Zaragoza, Rotary Club, Galerías Preciados y Rioleón, la osa Nicolasa abandonó sedada el Parque Bruil en 1984 en dirección a dicho safari, donde vivió un par de años más" en mejores condiciones pero con unas secuelas que ya no le permitían vivir la vida de un oso normal.

"En su recuerdo y en el de otros animales que aquí sufrieron maltrato, y con la esperanza de que el maltrato animal sea pronto un mal recuerdo. Zaragoza. Ciudad amiga de los animales", reza la placa colocada por el Ayuntamiento donde se ubicaba la cárcel de Nicolasa.

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