París ha sufrido en la noche de ayer una cadena de atentados terroristas con un saldo terrible de muertos y heridos. Francia, y con ella Europa entera, vive una tremenda conmoción ante un zarpazo de dimensiones inimaginables. Todas las sospechas apuntan al yihadismo, una hidra de diversas ramas que desde hace tiempo busca inundar en sangre el continente europeo. Los gobiernos de Europa y de todo el mundo occidental han ofrecido máxima colaboración a las autoridades francesas. Mientras las fuerzas de seguridad libran una cruda batalla en las calles y plazas de París, todos nos planteamos qué clase de respuesta requiere este horror. Los terroristas buscan no sólo el daño inmenso que se contabiliza en vidas humanas, sino también el hundimiento moral de nuestras sociedades, su sometimiento a través del miedo. Europa tiene que sacar luz y energía del fondo más profundo de su experiencia espiritual y moral. Su afirmación de la dignidad sagrada de toda vida humana, su amor a la razón y a la libertad, y su insobornable búsqueda de la verdad, conforman el único patrimonio desde el que hacer frente al terror. En esta lucha es imprescindible contar con el compromiso de los países musulmanes, igualmente amenazados por este huracán sangriento. Hoy rezamos por las víctimas de esta matanza horrenda, ciertos de que la vida no consiste en el poder que destruye sino en un amor que afirma y construye.