Más tarde, en el siglo IX, sus reliquias fueron trasladadas a Benevento y, posteriormente, al Monte de la Virgen. Pero sería a finales del siglo XV cuando encontraron su sepulcro definitivo en la Catedral de Nápoles. Así cumplieron los napolitanos en 1608 un voto que habían hecho en 1527 cuando una peste azotó esa región, pero el Santo intervino, librando a la ciudad de sus consecuencias nefastas. Uno de los mayores prodigios es la licuefacción de la sangre del Santo cada 19 de septiembre, un hecho que se lleva repitiendo desde hace más de cuatro siglos y es objeto de devoción para muchos. Iconografía del Santo: Se le representa con la vestimenta y el báculo episcopal, con un semblante muy joven. Otros Santos: María, Teodoro y Félix.