El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridas. Con estas palabras comenzaba el Papa Francisco el tradicional mensaje Urbi et Orbi, en un Domingo de Resurrección en que volvió a clamar para que el mundo escuche el sufrimiento de muchos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre. Son muchísimos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos en lugares como por ejemplo Siria, Irak, Tierra Santa, Libia, Yemen, Nigeria, Sudán del Sur, Congo o Ucrania. El Papa ha implorado la paz para tantos territorios atravesados por el dolor y ha pedido, una vez más, que la comunidad internacional no permanezca inerte ante lo que está sucediendo. Supliquemos al Señor Resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia. Cada uno, de forma humilde, podemos trabajar en favor de la paz. Esto no es debilidad, sino auténtica fuerza, porque quien lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.