El próximo 27 de junio, la radiografía electoral de España nos mostrará la profundidad de la crisis política que ha desencadenado la crisis económica aún latente. El panorama de nuestra sociedad es convulso, con instituciones  dispuestas a acoger a personas vinculadas al terrorismo como si fuesen héroes; con el avance de un populismo que amenaza el pacto constitucional, con el flagelo del paro y de los casos de corrupción que nos vienen de un pasado opaco. Se da la paradoja de que, mientras la Unión Europea exige a España nuevos ajustes económicos, las alianzas que se perfilan en la izquierda presentan   programas irreales, basados en el aumento del gasto y la generación de nuevas incertidumbres para los inversores. Por si fuese poco, los empresarios advierten de que ha caducado por obsoleto el sistema de empleo fijo y seguro y que, en adelante, cada cual tendrá que ganarse el pan todos los días. Con este panorama parece asombroso, después de la experiencia de estos últimos cinco meses, que permanezcan los vetustos vetos ideológicos que impiden vislumbrar la formación de un gobierno fuerte y estable. Es hora ya de que la sensatez y la altura de miras de los líderes políticos ofrezcan a la sociedad la esperanza de que es posible un acuerdo para afrontar unidos los mil y un retos que tenemos por delante.