Los resultados del Informe de la Fundación Bertelsman y la Universidad Jacobs sobre la cohesión social en España apuntan a un cambio de tendencia en el tejido moral de nuestra sociedad. Según este prestigioso estudio los españoles tenemos un concepto individualista de la solidaridad, lo que nos lleva a una situación contradictoria. Por un lado somos la primera potencia mundial en donación y trasplantes de órganos; aumenta el número de abuelos que cuidan de sus nietos y crecen los fondos que destinamos a los más pobres, especialmente a través de Cáritas, la mano de la Iglesia en la caridad social; por otra parte el apoyo a los conciudadanos es muy reducido en comparación con otros países de Europa, con lo que la solidaridad entre las regiones y el sentido social de identificación con la nación han descendido notablemente.    Los resultados de este informe son interesantes a la hora de ofrecer soluciones al complejo proceso de transición en que nos ha situado la crisis económica, cultural y política. Por ejemplo en el modo de  articular la relación entre las Comunidades autónomas, y también en el planteamiento de un nuevo sistema educativo. La solidaridad implica personalidades maduras, conscientes de una dimensión relacional y comunitaria, que nos orienta hacia el interés general y al bien común como horizontes imprescindibles. La solidaridad que nace de un mero impulso emotivo es de corto aliento. Hacen falta razones y experiencia del bien que significa nuestra vida en común.