Comienza el debate de investidura. Dos elecciones consecutivas con resultados similares no han servido para que los Grupos Parlamentarios con capacidad real de permitir la constitución de Gobierno acepten la realidad. Las urnas han arrojado el resultado que libremente han decidido los españoles. Y el primer deber de un político es aceptar las cosas como son. La lógica parlamentaria funciona y si hoy se permite la formación de Gobierno, mañana puede iniciarse un verdadero debate fruto de la negociación, la transacción y el acuerdo. Es difícil comprender por qué el PSOE se ha enrocado en el dogmatismo. Pedro Sánchez se ha negado hasta el día de hoy a la deliberación, ha demostrado no estar dispuesto a atender a razones de bien mayor y ha escenificado una oposición frontal que más parece alimentada por la pasión, que por la razón. Permitir que en España haya Gobierno, después de dos consultas electorales, no es favorecer a Mariano Rajoy sino no impedir que la decisión libremente adoptada por los españoles se materialice en un Gobierno capaz de dirigir la política interna del país. Eso es lo que el Grupo Parlamentario socialista podría y debería hacer, más cuando no ofrece alternativa alguna capaz de sacar al país de una interinidad que no hace más que minar la ya maltrecha confianza de los españoles en su clase política.