El escalofriante recuento de cadáveres en un camión abandonado en una autopista austríaca plantea preguntas tan incómodas como urgentes a una Europa que asiste desconcertada a la llegada masiva de refugiados a sus fronteras, en lo que sin duda supone la mayor crisis humanitaria que afronta el continente en décadas. El macabro hallazgo se produjo en plena reunión en Viena entre los Jefes de Gobierno de Alemania y Austria con sus homólogos de los Balcanes, cumbre que siguió al encuentro entre Hollande y Merkel del lunes para articular una respuesta comunitaria a este drama. Los más de 70 cadáveres de solicitantes de asilo abandonados en un camión y las decenas de cuerpos hallados el mismo día en el Mediterráneo dejan claro que esta crisis no puede esperar a los lentos procesos de toma de decisiones en la UE. La prioridad debe ser atender a las necesidades básicas de los refugiados, lo cual, de paso, desmontaría de un plumazo el negocio de las mafias, que hacen su agosto gracias a la inacción de los gobiernos europeos, más preocupados por pasarse la patata caliente los unos a los otros. La situación ha llegado, sin embargo, a un límite crítico. Está en juego el Acuerdo de Schengen sobre libre circulación de personas, un pilar básico de la construcción europea. Y están en juego también los grandes ideales comunitarios. A Europa, a la vieja y envejecida Europa, le gusta verse a sí misma como faro de los derechos humanos en el mundo, pero estos días está descubriendo su peor cara en forma de actitudes egoístas, nacionalistas e incluso xenófobas.