Desde nuestra mirada eurocéntrica, el encuentro del Papa con la  Iglesia en Asia nos descoloca sobremanera. La pujanza de la fe y el testimonio valiente de unos pocos miles de cristianos, en medio de una sociedad donde son clara minoría, nos alienta y nos invita a mirar al futuro con esperanza.Pero no con una esperanza cualquiera, sino con la que no hay que dejarse robar nunca, aquella que las distintas ideologías no pueden dar y que brota del corazón mismo del Evangelio.Por eso el Papa, en su emocionante encuentro con los jóvenes asiáticos, les ha insistido en la necesidad de no tener miedo y de atreverse a decir sí a aquello a lo que el mismo Cristo les llama.No empiezan de cero. Son tierra de mártires, tierra fecunda, donde fueron los laicos precisamente los primeros misioneros, y donde ahora resplandece la gloria de los mártires en las vidas de tantos cristianos comprometidos que, a veces, también en situaciones heroicas, van abriendo poco a poco la puerta a la alegría y la esperanza del Evangelio.Es cierto, como les ha dicho el Papa Francisco, que a veces nos tienta la desesperanza al ver como crecen las desigualdades y como si pareciera que un desierto espiritual lo invade todo, sin que Dios tenga cabida. Pero es precisamente ahí, en medio de la prueba que conocen bien muchos cristianos en Asia, donde el Evangelio nos enseña que el Espíritu de Jesús puede dar nueva vida a cada corazón.La Iglesia quiere ser semilla de unidad para toda la humanidad y el Evangelio puede posibilitar que se venza el mal con el bien para transformar de verdad cualquier situación por desesperada que parezca.