El resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales en Brasil apunta hacia un cambio en el gobierno al tiempo que sintetiza la expresión del descontento de una sociedad que se ha convertido en una referencia política indiscutible en ese continente. Con los datos electorales, la continuidad de la presidenta, Dilma Rousseff, depende de que no se produzca el trasvase de votos de la candidata descartada, Marina Silva, al opositor Aécio Neves. Pero en cualquier caso queda en evidencia el agotamiento de los doce años de gestión del Partido del Trabajo. Una gestión a la que, por otro lado, hay que agradecer que esta gran nación se haya librado de tentaciones demagógicas y populistas.Brasil es una sociedad que ha sufrido una profunda transformación en estas últimas décadas, pese a que siga padeciendo algunos problemas crónicos como el de la violencia en determinadas zonas. Un cambio social que no acepta la posibilidad de un período de estancamiento en la economía, de parálisis en la prestación de servicios sociales y en la creación de nuevas infraestructuras, pilares de la distribución en su modelo económico. Brasil está ofreciendo la imagen de una esperanzadora madurez democrática, capaz de gestionar el impulso y la iniciativa del protagonismo de una sociedad civil efervescente, en particular del papel de los jóvenes en las recientes reivindicaciones callejeras. Hay que estar muy atentos a lo que pase en esa tierra.