A partir de hoy es necesario tener el pasaporte covid para poder visitar a un familiar en la residencia del Maset de Frater. Una nueva medida que condiciona todavía más la vida dentro de este servicio en el que viven 45 personas con discapacidad y que cuenta también con un centro de día, al que asisten otras 20 personas. Muchas de ellas llevan allí desde hace más de treinta años. Y en los dos últimos su contacto con el exterior se ha reducido de forma drástica a consecuencia de la pandemia. Las visitas de los familiares, las salidas sociorecreativas los fines de semana y las actividades culturales externas casi han desaparecido. “Hemos perdido casi toda la autonomía y parece que volviéramos a tiempos pasados en los que vivían casi aislados, entre las cuatro paredes de casa”, recuerda Ximo Nebot, gerente del Maset.

Una calle les separa de uno de los pulmones verdes más importantes de Castellón. Apenas diez metros les distancian del Pinar. Una barrera infranqueable durante meses. "El miedo al contagio nos ha llevado a un retroceso en la calidad de vida", explica Nebot. "Hoy, cuando tantas personas se quejan de las imposiciones, falta de libertad, incomodidades de esta etapa, lamentablemente aún hay un gran número de la población que no piensa en el bien común sino en su propio interés: salir de fiesta, viajar... en cambio en las residencias nos han impuesto tantas restricciones que ni siquiera se han podido realizar salidas lúdicas, ni disfrutar un día de una comida en el restaurante", remarca Miguel Ángel Sánchez, presidente de Frater.

Con motivo de la celebración hoy del Día internacional de las personas con discapacidad, desde Frater se ha querido dar visibilidad a una situación que supone un lastre psicológico añadido para muchas personas que utilizan sus servicios y de la que todavía no se percibe el final. “Los protocolos nos dejan salir a la calle en determinados contextos, pero con tantas restricciones que dificultan cualquier posible integración, indirectamente te invitan a quedarte en la residencia o en casa para evitar problemas de salud y al final es como salir a un desierto, sentimos que tenemos que estar escondidos o camuflados”, añade Sánchez. En el último año se han suspendido más de cien actividades que se venían haciendo antes de la pandemia los fines de semana y festivos. Y en 2019 la cifra fue muy similar desde el momento en que se aplicaron las primeras restricciones.

En cuanto a las campañas de vacunación, desde Frater se defiende el derecho individual de cada persona a tomar sus propias decisiones. No obstante, manifiestan su descontento ante aquellos casos que tras la imposición del pasaporte covid se han sumado “para poder entrar en los locales de ocio” ya que demuestran una “ausencia de sensibilidad” hacia las personas que peor lo están pasando en la pandemia. Las altas tasas de vacunación reducen los efectos de la pandemia, pero existe un mínimo porcentaje de no vacunados que obliga a algunos centros en los que trabajan a tomar medidas de movilidad e higiene que se podrían relajar si se sumaran a esta campaña. “Esto afecta directamente a la calidad de vida de las personas usuarias y de sus compañeros, además de poner en riesgo la salud de todos y la posibilidad de algún contagio de consecuencias imprevisibles”, concluye Nebot.

Frater no quiere dejar pasar la oportunidad de recordar las reivindicaciones del colectivo de la discapacidad que siguen pendientes de resolver o que avanzan de forma más lenta de lo esperado: eliminar las barreras arquitectónicas, potenciar los cuidados, frenar la desigualdad social e impulsar la puesta en marcha de la nueva ley de accesibilidad universal –ahora con forma de anteproyecto- representan otros focos de interés en sus demandas sociales.