Los recientes estudios científicos atacan el problema del envejecimiento como si de una enfermedad más se tratase -y realmente así es, pues envejecer no es sino el deterioro global de nuestras funciones vitales, aún a distinto ritmo según cada caso particular-.

Envejecer es una realidad para todo ser vivo. Y no es fácil, especialmente para el ser humano, adaptarse a este proceso natural. El envejecimiento consiste en la disminución de las estructuras anatómicas propias de los organismos pluricelulares y, por tanto, de la funcionalidad de los distintos órganos que los componen. Esta atrofia es lenta, progresiva y, hoy en día, inexorable, si bien es cierto que la ciencia comienza a vislumbrar determinadas soluciones cuanto menos orientadas a ralentizar y paliar este proceso natural.

En cuanto al ser humano y desde el punto de vista del estudio de la dinámica de los telómeros, podríamos decir que el envejecimiento comenzaría alrededor de los 20 años.

Son tres los fenómenos fisiopatológicos que sustentarían esta afirmación: a) el estrés oxidativo; b) el deterioro de la mitocondria con la consiguiente disminución de sus funciones principales (generar ATP, es decir energía) y c), la disminución de las sirtuinas.

Sobre todos ellos tenemos, hoy en día, la posibilidad de actuar, a fin de controlar y paliar el efecto natural del envejecimiento. Podemos combatir los dos primeros estimulando -con patentes veganas- las proteínas interdictoras NRF1 y NRF2, que son las que potencian las enzimas capaces de bloquear el estrés oxidativo de manera natural al tiempo que regeneran las mitocondrias.

En cuanto a las sirtuinas, actualmente es posible revertir la bajada de estas, en un 40%, en 48 horas, interactuando directamente sobre nuestro organismo a través de la nutrición, de manera que sea nuestro propio cuerpo el que normalice los procesos bioquímicos relacionados con el metabolismo de los lípidos y la salud vascular.

La ciencia ha avanzado mucho en su pugna contra el envejecimiento, al punto que ya hoy podemos afirmar que está en disposición, en la mayoría de los casos, de mejorar ostensiblemente tanto la esperanza de vida como, y esto es quizá lo más importante, la calidad de vida de estos años. Mediante proteínas como las NRF1; NRF2, NAD… es posible prolongar estilos de vida propios de personas mucho más jóvenes hasta unas edades en las que hace algún tiempo era, sencillamente impensable, prolongando así la calidad de vida y la felicidad tanto de los individuos como de todo su círculo.