Calcuta está en muchos lugares. Este es el titular que hemos escogido en El Espejo para resumir la entrevista y el mensaje que nos ha transmitido José María Zavala, director de la película-documental «Amanece en Calcuta», que se ha estrenado estos días en más de 60 salas de cine españolas. La película, grabada desde la distancia que impone la pandemia por un buen grupo de profesionales, ha supuesto un gran esfuerzo por parte de todos, un trabajo intenso pero gratificante. «Los espectadores salen impactados», nos asegura José María.

Amanece en Calcuta es un canto de esperanza que recoge el mensaje que Santa Teresa de Calcuta proclamó con su vida: la necesidad de salir de la zona de confort de cada uno para darse a los hermanos. La santa albanesa no hacía distinciones entre poderosos y sencillos, porque en todos veía el rostro de Dios. En cada indigente, Teresa veía a Cristo.

La película, emocionante, engrandece el corazón y quiere aportar su grano de esperanza en una sociedad desesperanzada. «Hay que ir a verla —concluye el director—, todo lo que hagamos por promover el cine católico es un bien para todos».

El Espejo también ha conversado con Juan García, el delegado de Apostolado Seglar de la diócesis desde hace unos meses, que nos cuenta su trayectoria vinculada a la Iglesia y al mundo de la educación desde su pertenencia al movimiento de los focolares. Nos confiesa que la labor que la delegación ha podido realizar en este tiempo de limitaciones ha sido restringida pero fecunda. Él se ha encontrado con unos agentes de pastoral comprometidos, responsables y fieles a la Iglesia diocesana según sus propias palabras. Con ellos ha trabajado en el desarrollo de las líneas emanadas del congreso de laicos celebrado a principios de 2020 a través de conferencias y encuentros, el último de los cuales tendrá lugar en fechas próximas.

El Laico ante el Espejo va a dedicar algunas secciones a tratar el tema de la unidad y la diversidad en la Iglesia a raíz de una reciente entrevista en COPE al cardenal Parolin, subsecretario de Estado del Vaticano. En la Iglesia debe haber, y hay, unidad y diversidad. Unidad en la fe, en la doctrina, en los sacramentos, unidad en torno al Papa… pero también diversidad; no sólo de vocaciones y carismas, sino de sensibilidades, de opiniones y propuestas. Y esto, como es natural, puede llevar a puntos de vista distintos y hasta encontrados en algunas cuestiones: es parte de la dinámica de cualquier institución formada por personas, y la Iglesia lo es.

¿Qué ocurre? Que a veces podemos caer en la intolerancia e incluso en enfrentamientos dolorosos. El cardenal Parolin no niega este hecho pero opina que puede hacer mucho daño a la Iglesia, porque antes de todo hay que hablar de comunión y unidad. De lo que se trata es de aprovechar las diferencias que tenemos y que estas sean una riqueza para el mundo. Que no se vuelvan una ocasión de conflicto sino un estímulo para la colaboración por el bien de la Iglesia.

Unidad y diversidad, unidad y libertad dentro del pueblo de Dios. Es un problema complejo. La clave, como muchas veces ocurre, la podemos encontrar en los Padres de la Iglesia. Decía san Agustín: «En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo caridad». Este es el espíritu eclesial que debe animarnos en nuestra vida cristiana.