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Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández- "Alegraos, no tengáis miedo"

Escucha y lee aquí la carta de esta semana del obispo de Astorga

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Ponferrada

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 29 mar 2021

Carta semanal de Monseñor Jesús Fernández, obispo de Astorga: "Alegraos, no tengáis miedo".

"ALEGRAOS, NO TENGÁIS MIEDO"

Queridos diocesanos:

El ángel de Dios gritó con fuerza: “Ha resucitado”. Aquellas piadosas mujeres que habían ido muy temprano al sepulcro para llorar a Jesús, se lo encontraron vacío. Un joven vestido de blanco, además de invitarlas a la calma, les pidió que dieran la noticia a sus discípulos y que los remitieran a su encuentro a Galilea. Ellas, impresionadas y alegres, se marcharon a toda prisa. Su primera intención era encontrarse con un muerto, pero se habían encontrado al Viviente que les dijo: “Alegraos, no tengáis miedo”.

La alegría y la paz son frutos del encuentro con Cristo resucitado, una alegría que surge al comprobar que la vida ha vencido a la muerte, el amor al odio, la gracia al pecado. Una alegría que surge al caer en la cuenta de que el Padre ha bendecido la entrega del Hijo y nos ha aceptado en su presencia.

Desgraciadamente, sin embargo, muchos cristianos niegan la resurrección. El problema viene de lejos. Recordad aquel pasaje del evangelista s. Marcos que relata cómo los discípulos, bajando del monte de la Transfiguración, discutían lo que significaba “resucitar de entre los muertos” (cf. Mc 9, 10). ¿Acaso no nos sucede lo mismo a nosotros? La resurrección es una realidad que desborda nuestra experiencia sensible y nos parece en cierto modo incomprensible.

Durante la última semana hemos acompañado a Jesús en un camino de acoso constante, de prendimiento, de tortura y de crucifixión. Hemos lamentado su soledad orante en el Huerto de los Olivos, hemos presenciado avergonzados el beso traidor de Judas, hemos seguido de lejos su cruenta flagelación. Cargado con la cruz, hemos sentido su peso injusto. Siguen clavadas en nuestra memoria las miradas cruzadas del Hijo y de la Madre, y no deja de resonar en el aire la voz de aquel que dijo: “¡Madre, ahí tienes a tu hijo!”, “¡Hijo, ahí tienes a tu Madre!”.

Después de lo vivido, ¿es posible la fe? ¿Cómo mantener la esperanza? Aquel sufrimiento era tan real que no cabía ninguna duda. Aquella muerte, tan trágica, que era imposible imaginar una nueva historia. Pero esa historia ha comenzado ya. Y aquellas piadosas mujeres fueron las primeras en vivirla. Después, han sido legión. Por ejemplo, los dos discípulos de Emaús que, yendo de regreso a su pueblo con la decepción en la mochila, le descubrieron al partir el pan y regresaron a contárselo al resto. O también el grupo que, encerrado en casa presa del desconcierto y del miedo, al recibir el espíritu de Cristo resucitado salió al mundo a testimoniar que había resucitado. O San Pablo que, en su primera carta a los Corintios, salió al paso de los que negaban la resurrección de entre los muertos, dejando claro su error: “¿Cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Pues bien, si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (15, 12-14).

Porque Cristo ha resucitado, no tiene sentido la tristeza, ni hay razón para el miedo. Alegrémonos, puesto que “lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. Gritemos, pues, a los cuatro vientos: “¡Aleluya. Ha resucitado!”.

Recibid mi bendición.



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