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Para que tengamos vida

Mensaje del administrador apostólico de la diócesis de Burgos, don Fidel Herráez Vegas, para el domingo 22 noviembre 2020

Fidel Herráez

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 20 nov 2020

Celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, culminando así el año litúrgico, antes de empezar el Adviento. Gran parte de este tiempo ha estado marcada por la pandemia que, lejos de acabar, sigue golpeando con fuerza, dejando a su paso múltiples y dolorosas secuelas. Con ella hemos tenido que aprender a convivir y a valorar más y más el regalo de la vida. La oración del prefacio de la Eucaristía de este domingo nos invita a adherirnos más a Jesucristo, Señor del universo, y a trabajar misericordiosamente por nuestros hermanos, como se lee en el Evangelio, para construir ya entre todos el Reino «de la vida, de la justicia, del amor y de la paz».

Con ocasión de esta fiesta, en la que tantas veces hemos cantado al Señor «tu Reino es Vida», quiero detenerme hoy en el don de la vida. Esa vida que es el regalo más maravilloso que hemos recibido, la realidad más grande que todos percibimos, el valor socialmente más estimado…, pero que también presenta una dimensión terriblemente frágil y débil que requiere la promoción, la defensa y la protección por parte de todos. Precisamente nuestro tiempo presenta una especial necesidad de estar alerta y una llamada al compromiso personal y social en defensa de la vida.

Ya San Juan Pablo II nos invitaba a edificar una «cultura de la vida» frente a la «cultura de la muerte» que se iba extendiendo paulatina y ampliamente. De esta manera, enmarcaba la defensa de la vida fundamentalmente en el ámbito cultural, que es donde se juega hoy este reto tan importante. Se hace referencia así a costumbres, valores, hábitos de vida, ideales, sueños y proyectos que necesitan ser transformados para que penetre en ellos el valor innegociable de la vida: de la vida de todos desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, de la vida digna para todos en cualquier latitud y condición, de la vida plena en la casa común que habitamos.

En esta determinación de apostar como creyentes por la vida, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el pasado mes de julio el documento «Samaritanus bonus», con el objetivo de iluminar a los pastores y a los fieles en sus preocupaciones y en sus dudas acerca de la atención médica, espiritual y pastoral de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. Es un documento denso, largo y muy actual sobre el tema de la eutanasia, que os invito a conocer y profundizar. Porque la figura del Buen Samaritano ilumina de luz nueva la práctica del cuidado y porque todos estamos llamados a ser «comunidad sanadora», testigos del Dios de la Vida en las múltiples circunstancias de sufrimiento y muerte que nos rodean.

Dice el documento que «el Buen Samaritano que deja su camino para socorrer al hombre enfermo (cf. Lc 10, 30-37) es la imagen de Jesucristo que encuentra al hombre necesitado de salvación y cuida sus heridas y su dolor con «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza». Él es el médico de las almas y de los cuerpos y «el testigo fiel» (Ap 3, 14) de la presencia salvífica de Dios en el mundo. Pero, ¿cómo concretar hoy este mensaje? ¿Cómo traducirlo en una capacidad de acompañamiento de la persona enferma en las fases terminales de la vida, de manera que se le ayude respetando y promoviendo siempre su inalienable dignidad humana, su llamada a la santidad y, por tanto, el valor supremo de su misma existencia?» (Introducción al Documento).

Los Obispos en España hemos publicado también documentos y cartas pastorales, con las que hemos salido al paso de los desafíos planteados por la mal llamada muerte digna, el suicidio asistido y la eutanasia voluntaria, éticamente inaceptables. Se ha insistido, en la medicina paliativa ante la enfermedad terminal, en fomentar una cultura de respeto a la dignidad humana en la enfermedad, en la experiencia de la fe y la propuesta cristiana para «acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida». La vida humana no es un bien a disposición de nadie. «No hay enfermos «incuidables» aunque sean «incurables»», como expresa la nota de la propia Conferencia Episcopal cuando se tramita la Ley orgánica de regulación de la eutanasia.

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Son «tiempos recios», como diría nuestra santa Castellana, Teresa de Jesús, los que en este punto nos toca vivir. Pero hacemos nuestras las palabras de Jesús en el hermoso pasaje del Buen Pastor «He venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). Son también, como sabéis, las palabras que elegí como lema para mi ministerio en la Iglesia desde que fui ordenado sacerdote. Quiera el Señor que todos contribuyamos siempre a hacer crecer la esperanza de la vida a nuestro alrededor.

Que la Virgen Sta. María, que alumbró al Dios de la Vida, nos siga protegiendo y bendiciendo para poder continuar siendo testigos y sembradores de la Vida en abundancia.

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